MACADAMIA - ANTOLOGIA NAVIDEÑA
Sinopsis
La vida de Elise transcurre tranquila entre lápices de
cera y papeles de colores, rodeada de la alegría infinita de sus alumnos, y la
magia que cada día la espera al entrar al salón de clases. Un alivio para su
corazón, ahora que Steve ya no está en su vida.
La pasión de Marc desde siempre fue la fotografía.
Cansado de tanta frivolidad en el mundo de la moda vuelve a casa. Su mejor
amigo allí y por ahora es todo lo que necesita. O eso creía.
¿Pero qué ocurre cuando la única persona prohibida es
la única que te interesa?
Relato
Con
su gorro de lana calado hasta las orejas y una taza de chocolate caliente en la
mano, observaba jugar a los niños, sentada en los escalones que guiaban al
patio.
Faltaba
solo una semana para que comenzara el receso escolar de invierno, y Elise sentía
que ya los extrañaba. Eran sus alumnos, sus pequeños. Compartían cada día con alegría,
juegos, y cuentos. Serían catorce días
sin verlos. Lo que le dejaría mucho tiempo libre, demasiado por su propio bien.
Desde
que tenía memoria, que su ilusión había sido ser maestra. Trabajar con niños era hermoso, era sentir y vivir
magia cada día, con sus caritas de asombro, con la inocencia propia de la edad.
Ellos llenaban sus días de color y música.
Y
en esta época del año por sobre todo, donde la próxima llegada de Santa los
tenía ilusionados a niveles exorbitantes. El aula ya estaba decorada
apropiadamente y hasta el aire se le antojaba más perfumado.
En
su casa la esperaban sus tres hermanos, y si bien eso era motivo de gran
alegría, no lo sería tanto cuando descubrieran que ya no estaba con Steve, y
sobre todo cuando descubrieran el motivo. Tendría que ingeniárselas para
convencerlos que no fueran de cacería tras el pobre infeliz. Aunque siendo la
única mujer y la más pequeña, iba a ser una tarea bastante ardua.
Que
Steve la engañara había sido duro. Lo quería pero descubrió que no lo amaba,
por eso sus heridas estaban cicatrizando bastante bien. Estaba más enojada con
ella misma que con él, ¿Cómo no se dio cuenta? ¿Tan embobada estaba? En fin,
era hora de aprender de los errores, y dejar el pasado atrás, no iba a cometer
la necedad de creer que todos los hombres son iguales porque no era cierto,
sería solo cuestión de prestar más atención.
El
timbre que avisaba el final del recreo la despertó de sus cavilaciones y buscó a
sus niños y se dirigieron al aula para el último bloque de clases. Hoy es el
día que tomarán la foto grupal.
Cuando
llegó a su escritorio contempló emocionada la tarjeta navideña hecha a mano y
pintada con cera de colores, que reposaba sobre sus carpetas.
—Señorita
Elise, ¿está usted bien? —preguntó Joshua, acercándose a su lado con sus manitas
entrelazadas en la espalda.
—Sí
corazón, estoy muy bien.
—¿Y
entonces por qué llora? Yo quería hacerla feliz… —respondió el pequeño bajando
la mirada.
—Josh…
—lo llamó con dulzura—, ven aquí. No estoy llorando, solo estoy muy emocionada
porque es una tarjeta hermosa y no la esperaba. Voy a llevarla a casa y
colocarla en el árbol, para que todos la vean. ¿Ok?
Josh
se acercó y rodeó con sus bracitos regordetes el cuello de su maestra, unos
golpes tenues se hicieron escuchar.
Giró
el pomo de la puerta y sonando lo más recompuesta posible dijo:
—Adelante.
Sus
ojos verdes quedaron anclados a los color miel que tenía frente a sí y que la
observaban sin disimulo.
—Señorita
Elise —dijo el Señor Benson, el director de la escuela, ni lo había vísto—, le
presento a Marc Monroe, el fotógrafo que nos tomará las fotos de este año.
—Hola
—dijo ella extendiendo su mano.
—Hola
—dijo él tomándosela.
Ambos
mantuvieron sus miradas apenas un par de segundos más y la voz grave del
director los volvió a la realidad.
—Los
dejo entonces, para proceder según lo acordado.
Y
así fue.
En
pocos minutos los niños se acomodaron delante de la ventana, por donde se veían
los rastros de la primera nevada. Los juegos del parque daban la nota de color
al blanco paisaje. Los cristales estaban adornados con copos de nieve hechos de
papel y las paredes llenas de láminas y dibujos.
Y
la señorita Elise iba de uno a otro, arreglando coletas y flequillos, viendo
que todo estuviera perfecto para el momento del clic.
Marc
trató de entretenerse con la preparación de la cámara, algo en lo absoluto
innecesario, pero necesitaba concentrarse en otra cosa que no fuera la maestra,
fracasando estrepitosamente en el intento.
Dada
la naturaleza de su trabajo, estaba muy familiarizado con mujeres realmente
bellas. Cuando se cansó de tanta modelo frívola y bonita, con todas las histerias
que ese ambiente supone, fue que decidió volver a las bases, a lo que le había
atrapado de la fotografía.
Había
comenzado su carrera como fotógrafo de eventos sociales: bautizos, bodas,
aniversarios, fotos escolares. Inmortalizando momentos felices, siendo parte de
ellos, al menos por un rato.
Los
recuerdos lo llevaron hasta el día en que su abuelo le regaló su primera
cámara, una Nikkon. Era hermosa y todavía la conservaba. Siempre es bueno tener
presente el origen de las cosas y por sobre todo, porque esa había sido la
última navidad del abuelo Jim.
Este
era uno de los motivos por el cual estaba ahora en Westport, necesitaba volver
a conectarse con su esencia, recordar quién era.
El
teléfono zumbó en el bolsillo de su pantalón con un mensaje entrante:
“Hola
hermano, estoy llegando a casa de mis padres esta tarde.
¿Nos
vemos mañana?”
El
otro motivo acababa de aparecer: Brian su mejor amigo:
“¡Hola!
Seguro, voy a quedarme en casa de mis abuelos”
Técnica
y legalmente era suya, pero para él siempre sería la casa de sus abuelos,
aunque ya ninguno de los dos estuviera allí. La sombra de la nostalgia nubló su
mirada. Respiró hondo, enfocándose en el trabajo a realizar.
La
dulce voz de la maestra llamándolo, lo sacó de sus grises pensamientos.
—Marc,
los niños ya están listos.
Ella
estaba acercándose y él no podía dejar de mirarla, era tan suave al moverse, parecía
que flotaba, el pensamiento puso una sonrisa en su rostro.
Entonces
la magia llegó: Elise le devolvió la sonrisa y todo el mundo dejó de girar, se
puso más luminoso o algo, lo que sea, sintió que vibraba de pies a cabeza. Se
perdió en el brillo esmeralda de sus ojos, en la honestidad de su sonrisa, en
el suave arrebol de sus mejillas...
Parpadeó
un par de veces, sacudió su cabeza un poco, para despejarse y poder
responderle.
—Ok,
hagamos las fotos entonces.
Elise se quedó a un costado viéndolo trabajar, hizo varias tomas de los
niños, de frente primero, luego desde un lado, después del otro. Se lo notaba
muy concentrado en lo suyo, fue entonces que se permitió observarlo desde una
prudencial distancia, aprovechando que él no la veía.
Era
alto y atlético, tenía una sonrisa preciosa, y llevaba el cabello muy corto y
lo mejor de todo: unos ojos increíbles, castaños, con largas pestañas, y una
mirada franca.
No vayas por ahí, no vayas por ahí, se
reprendió a sí misma. No era el momento dedicarse a estas cuestiones.
De
repente Marc se giró y sus miradas se enlazaron una vez más. Él avanzó un par
de pasos hasta llegar hasta donde ella estaba.
—Ya
tengo varias de los niños, ahora tomaré algunas contigo también.
—¿Yo?
—preguntó extrañada y entusiasmada por partes iguales.
—Claro,
van a ser unas fotos preciosas —respondió con un guiño juguetón.
Esa
mirada pícara se atravesaría en sus sueños, estaba segura, y con paso
tembloroso fue a colocarse al lado de los niños.
Se
paró al lado del grupo y mantuvieron el orden alrededor de dos minutos.
Marc
pudo tomar sus fotos, estaba por hacer foco solo en la maestra y los niños se
dispersaron para sorprenderla con un abrazo grupal, lleno de risas y besos. Si
sola era preciosa, rodeada de tanto amor resplandecía. Quedó atrapado en esa
imagen y sus manos trabajaron solas, atrapadas en ese momento mágico de amor y
ternura, con tanto sabor a futuro en tantos sentidos que se sintió abrumado.
El
timbre sonó para sacarlos a todos de ese pequeño mundo de fantasía que habían
creado sin proponérselo.
Marc
se encargó de guardar su equipo, siguiendo con la mirada de a ratos todo lo que
pasaba en el aula. Los niños acomodaron sus útiles en las mochilas, y Elise se
encargó de colocar gorros y bufandas, cerrar abrigos y acompañarlos a la
salida.
Él
abrió la puerta, y fueron saliendo como un torbellino de energía, risa y color.
La última en salir fue Elise. Caminaron juntos hasta el estacionamiento en
silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, en sus sensaciones.
Si
en algún momento Elise tuvo dudas de si había amado a Steve, esta tarde se
terminaron de esfumar, no hallaba explicación a la cantidad de emociones que la
recorrían cada vez que se topaba con esa mirada color miel. Todo en él era
nuevo, pero a la vez le resultaba vagamente familiar.
Por
su lado Marc, trataba de recuperarse del embrujo de sus ojos, y de la calidez
de su sonrisa. Cerraba los ojos y la veía reír feliz rodeada de luz y amor, si
tuviera que describírsela a alguien diría que se había topado con un hada.
Hermosa, suave, etérea, pura magia.
—Bueno
—suspiró Elise—, aquí me despido.
—Sí…
—titubeó Marc— nos veremos a la vuelta del receso, supongo con las fotos… —la
sensación de pérdida, se anidó en su pecho.
—Felices
fiestas —dijo Elise con una sonrisa.
—Felices
fiestas… nos vemos —se despidió Marc.
La
vio subir al auto e irse. Siguió su camino hasta que la perdió de vista. Con
ella se fue el calor y la magia. Otra vez estaba vacío y solo.
CD
Marc
llegó a casa de sus abuelos, detuvo su Ducatti frente al garaje y accionó el
control el remoto. El sonido familiar del portón elevándose, logró romper, como
si de una represa se tratase, todo el torrente de recuerdos que con mucho
esfuerzo mantenía a raya día a día.
Había
llegado a Wesport la noche anterior y se había registrado en un hotel, no tenía
energía para abrir la casa de sus abuelos, no todavía. Era hora de hacer borrón
y cuenta nueva en su vida, por eso había concertado este primer trabajo como
fotógrafo familiar y de eventos sociales, a través de su nueva web.
Atrás
habían quedado los días de modelos y giras por el mundo. Fue divertido mientras
duró, muchas gracias. No era eso lo que quería en su futuro, era la única
certeza que tenía. Sus días transcurrían monótonos y sin entusiasmo alguno, con
cada clic la pasión por su trabajo se desmoronaba a pasos agigantados. Se
sentía solo, incompleto.
Sus
padres fallecieron en un accidente de tránsito cuando tenía apenas quince años,
luego sus abuelos ocuparon ese lugar, cuidándolo, guiándolo, dándole amor a
manos llenas, haciendo de él un hombre de bien. Se miraba en el espejo y no se
reconocía. No es que hiciera nada malo, pero tampoco estaba haciendo nada bueno
de lo cual pudiera sentirse muy orgulloso. Él quería hacer la diferencia, desde
su lugar, por pequeño o grande que fuera. Bueno, no lo estaba logrando. Hora de
cambiar de aires.
Y
esos aires lo trajeron de vuelta a este lugar, al pueblo que lo vio crecer, si
no encontraba el norte aquí, no lo haría en ningún otro.
Respiró
hondo y descendió de la motocicleta, se sacó su casco y la mochila de su
espalda, el resto de su equipo llegaría por correo en un par días.
Por
la puerta del fondo, llegó a la cocina y encendió las luces. Todo estaba como
la última vez que había estado allí. Una mueca tratando de ser sonrisa, adornó
sus labios.
Avanzó
hasta la sala, retiró las sábanas que cubrían algunos muebles y abrió las
ventanas. El aire frío inundó sus pulmones, se sintió más liviano, más puro.
Subiendo los escalones de dos en dos, llegó al piso de arriba. Dejó su mochila
en su viejo cuarto.
Tendría
algo de trabajo en la casa, pintura, algunos muebles, pero decididamente iba a quedarse
allí, le costó el primer paso, pero ya no había vuelta atrás. Esta era su casa,
estaba solo, pero estaba en casa.
La
tarde del día siguiente lo encontró sentado en la barra del “Little Barn”, tuvo
ganas de visitarlo desde que supo de su inauguración, y ahora allí estaba
esperando por su amigo.
Se
conocían desde hacía muchos años, desde que se había mudado con sus abuelos y
Brian fuera el primero de los chicos en hablarle “al nuevo” de la escuela, era
una amistad un tanto extraña para quien la viese desde afuera, pero ellos
podían pasar semanas, meses incluso sin hablar, pero cuando se reencontraban
siempre estaban en la misma página.
—Hey
¿empezaste sin mí? —escuchó una voz a su espalda.
Giró
en la butaca y se levantó en el mismo impulso. El abrazo que los reunió fue de
lo más reconfortante que viviera en los últimos meses.
—Es
que te tardaste un poco, moría de sed —respondió riendo.
Avanzaron
hasta una mesa junto a la ventana y el camarero les alcanzó la nueva ronda de
cervezas.
—Conste
que esta vez no fue mi culpa —se defendió Brian, levantando las manos con gesto
resignado.
—Nunca
lo es, el universo conspira para que llegues tarde —agregó sonriendo Marc— ¿Y
esta vez qué o quién fue? —preguntó levantado una ceja pícara.
—Mi
hermana… llegó a casa de mis padres hecha un torbellino y no me dejó en paz
hasta que no contesté todas y cada una de sus preguntas. La adoro, pero me
vuelve loco.
—Me
acuerdo muy poco de ella, pero tengo la idea de que era más bien tímida ¿no?
—preguntó Marc haciendo memoria.
—Eso
cuando estaba pequeña, supongo que tres hermanos mayores logran eso en una
chica. Le teníamos prohibido acercarse a nosotros cuando llevábamos amigos a la
casa. —rio con ganas.
—¿Me
estás jodiendo? —dijo ahogándose con su cerveza.
—Nop.
Es mi hermana… es básico.
—Sí
seguro.
De
repente y como si un telón se hubiera descorrido, vio las imágenes de su
juventud, a esa niña inocente, callada, con gafas, siempre con libros o
cuadernos en las manos y la realidad lo golpeó. La maestra, dueña de sus
pensamientos desde hacía poco más de veinticuatro horas, era la hermana pequeña
de su amigo. Mala cosa, las hermanas de los amigos son como las estrellas,
intocables. ¿No?
La
noche fue avanzando como siempre, chistes, anécdotas, y el ponerse al día en la
vida de cada uno.
—Marc,
dime algo. ¿Qué vas a hacer en Nochebuena? ¿Vas a estar aquí o… —dejó la
pregunta sin animarse a más.
Su
amigo suspiró largo y profundo.
—La
verdad es que no lo había pensado, pero no organicé nada para estar en ningún
lado, supongo que me quedaré en casa.
—Ni
de broma, la pasas con nosotros —dijo con una sonrisa
El
mundo de Marc tembló.
Pasar
la noche con la familia de Brian era pasar la noche con Elise.
Elise…
Al
diablo con todo, no podía evitarla el resto de su vida, si no era por una cuestión
sería por otra, en algún momento se verían otra vez. Este momento era tan bueno
o tan malo como cualquier otro.
Con
el corazón latiendo más rápido, sin poder evitarlo, le respondió.
—Ok,
será genial, gracias.
—No
me las des. Eres como mi hermano y los sabes, somos familia.
CD
Elise
había llegado a la casa de sus padres y se disponía a hornear el pan de nueces
preferido de su padre. Había llevado todo lo que necesitaba, dispuso los
ingredientes en la mesada de la cocina. Se estaba colocando el delantal cuando
el timbre la sacó de su concentración.
Se
acercó a la puerta, y sin mirar quién era la abrió, mientras se ajustaba los
lazos en su espalda, asumiendo que era Brian que llegaba por una vez temprano.
—Bria…
—su nombre quedó congelado en sus labios.
—Ho-hola
—respondió un impactado Marc. Sabía que iba a estar allí, por eso había
aceptado ir, pero que su amigo llegara tarde, haciéndolo presentarse solo y
para colmo frente a ella, fue mucho más de lo que esperaba.
—Hola
—dijo Elise muy confundida ¿qué demonios hacía allí el fotográfo?— pensé que
era mi hermano, pero…
—Sí,
para variar está llegando tarde —respondió resignado—, teníamos que
encontrarnos aquí.
—¿Ustedes
se conocen? —Elise cada vez entendía menos.
—Cursamos
juntos los últimos años del colegio y después mantuvimos la amistad en la
universidad.
Marc
esperaba muy paciente que lo invitara a pasar, mientras Elise todavía no se
había soltado del pomo de la puerta, lo que él no sabía es que si lo hacía,
caería al piso en redondo, la impresión de verlo, allí, después de soñar con
sus ojos, y su sonrisa, mezcla de chico malo y tierno, la estaba matando.
Un
auto frenó y ambos voltearon para ver de quien se trataba, por supuesto era
Brian, con cara de inocente. Iba a saludar cuando Elise lo interrumpió.
—Ni
te molestes.
—Hola,
hey lo que pasa es que… —comenzó con sus explicaciones mientras Elise y Marc se
miraban y sonreían con esa complicidad de quienes conocen todo lo que va a
suceder.
—En
serio, no hace falta —le dio un beso en la mejilla a su hermano—, pasen que se
van a congelar —dijo dando un paso atrás y abriendo la puerta del todo.
Los
recién llegados se deshicieron de sus abrigos, los colgaron en el armario junto
a la puerta y la siguieron a la cocina.
—¿Pan
de nuez? —preguntó Brian
—¡Las
nueces! —dijo Elise llevándose las manos a la cabeza y mirando contrariada la
mesada
—¿Qué
nueces? —inquirió Marc
—Macadamia
obvio. —respondió sin mirarlo.
Ah bueno, la pequeña tiene su carácter,
pensó Marc, primero por poco lo deja helarse en la puerta, y lo peor, no le dio
beso de bienvenida, tampoco que fuera necesario, pero se encontró con ganas de
haber tenido el suyo. Frunció el ceño ante esos pensamientos. No vayas por ahí, no vayas por ahí.
Ver
a Marc en la puerta y ahora en la cocina, no la estaba ayudando mucho, un
recuerdo lejano volvió a su mente. Aquel chico lindo que la hizo soñar por
meses cuando todavía era casi una niña, ya no era tan chico, aunque seguía
siendo lindo.
Se
acercó a la cafetera y sirvió dos tazas de café, las puso sobre la mesada y
comenzó a desanudarse el delantal.
La
cabeza de Marc, colapsó. Quería ser él quien le sacara el delantal pero no para
ir por unas nueces.
¿Qué
le estaba pasando? Esto no estaba bien, para nada, de ninguna manera. Aunque si
lo pudiera evitar sería genial.
—¿Qué
haces? —preguntó Brian.
—Me
voy.
—¿Te
vas? —tragó el café tan de repente que se quemó.
Marc
se ahogó. ¿Se va?
—Sí, al mercado, es más cerca que mi casa, que es donde
las dejé —dijo toda alterada.
—Ayudo
a mamá a bajar unas cajas del desván con los adornos del árbol y te llevo
¿quieres?
—Gracias
bro, pero si no voy ya, no va a estar
listo a tiempo, es cerca no te preocupes.
Y
antes de que su cerebro registrara lo que iba a decir o a medir de lejos las
consecuencias siquiera, Marc se encontró diciendo.
—Puedo
acompañarte, si quieres.
Sus
ojos miel se anclaron en su mirada transparente, haciendo que todo alrededor
desapareciese.
Él,
con unas ganas infernales de cuidarla y ella, incapaz de un pensamiento
coherente cuando la miraba así.
Sin
romper el hechizo del momento, lo único que podía hacer era asentir, sus
palabras se evaporaron por completo.
Brian
carraspeó para hacerse notar, ese par se traía algo… o lo haría.
—Bueno,
voy subiendo entonces, nos vemos en un rato.
—Ajá
—dijo Elise.
—Ok
—dijo Marc.
En
silencio fueron al armario, él le ayudó a colocarse el abrigo, cuando Elise se
puso el gorro de lana, él se lo acomodó, como ella hacía con los niños de la
clase. El centro de su pecho se hinchó de una ternura desconocida por él hasta
ese momento.
Marc
se calzó su chaqueta de cuero y le cedió el paso. Caminaron hasta la esquina,
la vereda estaba resbalosa por el hielo y Elise, perdió el equilibrio. Las
manos de Marc evitaron que cayera.
Como
si fuera lo más natural del mundo, él siguió con su mano entrelazada con la de
Elise, todo el camino al mercado.
Estaban
en un semáforo cuando sus miradas se cruzaron otra vez. Ella llevó la vista de
sus manos juntas y lo miró a los ojos enarcando las cejas.
—¿Qué?
—preguntó Marc, haciéndose el desentendido.
—¿Vas
a devolverme la mano en algún momento? —rebatió la pregunta divertida. Le
encantaba la sensación de sus manos juntas.
—No
por ahora —dijo muy serio.
—Ajá
y ¿Por qué no?
—Porque
podrías caerte, y tienes que hacer el pan de nueces y no queremos que eso se
arruine ¿verdad? —respondió juguetón.
—Es
verdad, mi papá ama el pan de nuez y es toda una tradición en nuestra casa
—repuso toda seria y fracasando en el intento.
—Eso
y además porque me encanta llevarte de la mano. ¿A ti no? —dijo sonriendo mientras le guiñaba un ojo.
Elise
quedó sin palabras una vez más. Lo miró sin poder creer que hubiera dicho algo
así. No porque fuera algo malo, sino porque parecía tenerlo tan claro, y ella
estaba tan confundida.
—Vamos,
ya llegamos al mercado. —agregó Marc como si no hubiera más que decir al
respecto.
La
tarde fue pasando, los hermanos de Elise llegaron, mientras ella estaba con su
madre en la cocina, escuchaba a sus hermanos y a Marc en la sala, entre todos
habían colocado las luces y empezado a decorar la parte superior del árbol.
Mientras
el pan estaba en el horno, se acercó para participar del adorno del árbol como
cada año.
No
podía dejar de notar cómo Marc la miraba en cada oportunidad que tenía.
Era
una locura, llevaban horas conociéndose, pero lo sentía tan cercano, quizás era
por lo bien que se llevaba con sus hermanos o con sus padres, no tenía idea.
Pero le gustaba, y mucho.
Por
su lado Marc no podía evitar verla como nunca había visto a una mujer antes.
Sentía que valía la pena volver a arriesgarse en el amor, sentía que lo que
fuera que pudiera tener con Elise iba a ser auténtico, porque ella lo era.
Entre
medio de los adornos apareció la corona de muérdago. Brian la colgó en el lugar
de siempre, la arcada que comunicaba la sala con la cocina y con un silbido
llamó la atención de todos.
Cuando
lo miraron lo encontraron señalando hacia arriba.
—Bueno,
el muérdago está debidamente colocado, los que pasen por debajo ya saben lo que
tienen que hacer.
—Voy
a buscar a tu madre —dijo el padre de la casa y enfiló sus pasos a la cocina
donde estaba su mujer. Su partida fue acompañada de aplausos y silbatinas.
El
resto de la tarde y hasta pasada la cena Elise se las ingenió para no pasar
debajo del muérdago cuando alguien la estaba viendo.
¿Qué
haría si pasaba por allí y Marc también?
Por
otro lado Marc, no sabía qué excusa inventar para llevar a Elise bajo el
muérdago. Las tradiciones están para cumplirlas y él no sería el primero en
romper la regla de oro.
Luego
de cenar, el alboroto se desató.
Se
escuchaban los fuegos artificiales, así que todos fueron saliendo a la galería
para disfrutar del espectáculo de sonido y color.
Elise
se retrasó todo lo que pudo y cuando todos estaban fuera, fue a la cocina por
otro café y otra rebanada de pan de nueces.
Entretenida
con la taza y el azucarero no lo escuchó llegar. Giró y lo vio.
Apoyado
en la arcada, mirándola embelesado estaba él, con su hermosa sonrisa solo para
ella, y su corazón comenzó a latir desbocado.
Él
descruzó los brazos y colocó sus manos en los bolsillos delanteros del jean.
Miró al piso y sacudió la cabeza en negación con la sonrisa colgándole de los
labios. Con pasos perezosos recorrió el espacio que los separaba.
Elise
lo miraba sin poder despegar sus ojos de él. Su sonrisa ampliándose con cada
paso que él daba.
Cuando
llegó a su lado, le retiró la taza y la dejó en la mesada. Tomó su mano y la
llevó a sus labios. Depositó un beso casto.
—Ven
—dijo con dulzura.
Sin
soltar su mano, la condujo hasta la arcada, justo debajo del muérdago.
—Quiero
hacer esto desde hace horas.
Con
un dedo en el mentón, elevó apenas un poco más su rostro. Acarició el contorno
de sus labios con su dedo y Elise dejó de respirar.
Bajó
muy despacio la cabeza y la besó. Un beso tierno, dulce, cargado de
sentimientos que recién estaban floreciendo.
Se
separó lo suficiente para poder mirarla a los ojos de nuevo, y lo que vio lo
dejó sin aliento.
Tuvo
de repente todas las respuestas a todas las preguntas, incluso a aquellas que
no sabía que se estaba cuestionando.
Vio
su presente, y vio su futuro. Se sintió seguro. Se sentía invencible, con Elise
a su lado, todo se veía posible.
¿La
mejor parte? Vio en esa mirada esmeralda que a ella le pasaba lo mismo.
Elise
subió los brazos y los enredó en su cuello, Marc ajustó el abrazo en su cintura
atrayéndola hacia él. Sus cuerpos quedaron juntos, sus almas fusionadas.
Y
el beso que los reunió, marcó el destino de ambos de manera inalterable.
Besó
sus labios, lento muy lento primero uno, luego el otro. Su mano escaló por la espalda
hasta anclarse en su cuello, afirmándola, sosteniéndola, profundizando ese beso
que lo estaba consumiendo todo a su paso. Llenándolo todo de luz y calor.
Un
beso con sabor a futuro y a Macadamia.
Fin
Encontrarás los demás relatos que forman parte de esta Antología Navideña del #CLTTR en
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