CIELO PROHIBIDO - ANTOLOGIA NAVIDEÑA 2









Holly estudia diseño, tiene un trabajo soñado y una vida ordenada, hasta que conoce al hermano de su jefe. 
Y en ese momento todo se pone de cabeza.
William es abogado, una carrera brillante y una vida… divertida en cuanto a mujeres se refiere.
De los millones de mujeres que habitan el mundo… ¿Cómo es posible que la única prohibida sea la perfecta?


Pocas veces en su vida, Holly Keller se había sentido tan abrumada. A sus 24 años, con su carrera de diseño a un semestre de los últimos finales, no debería estar pasando por esto. Y mucho menos por William "grandes problemas" Mc Douglas.
Si ella pudiera evitar que su mente divagara en miles de fantasías cuando lo tenía cerca, por seguro que todo esto no le estaría pasando.
Will tenía toda la estampa de mujeriego infernal alérgico al compromiso casi tatuado en la frente. Al igual que con su hermano, nada más ni nada menos que su propio jefe, pocas mujeres podían resistirse a esos ojos cautivadoras o a esa sonrisa de costado que derretía hasta el polo norte. Y ella por supuesto no era la excepción.
Cada vez que Will llegaba desde Chicago por unos días su mundo tambaleaba. Y con los últimos acontecimientos en la empresa, el cambio del equipo legal, su presencia era requerida con más frecuencia de lo habitual y ya casi no podía con sus nervios.
Milo Vermetti era un joven encantador, tenían casi la misma edad, trabajaba dos pisos más abajo en una empresa consultora de informática. Llevaban meses cruzándose en la cafetería de la esquina, en el ascensor, de camino al estacionamiento. Al fin él se había animado a invitarla a cenar ese viernes. Y todo marchaba sobre ruedas, hasta que su teléfono interno sonó y escuchó las nuevas noticias.
—Holly ven un momento por favor —pidió Justin desde su oficina.
—Ya mismo —respondió al instante. Holly llegó con su tablet para tomar notas, como solía hacer, y tomó asiento frente a su jefe.
—Mira, William está llegando esta tarde, tengo que firmar algunos papeles que él debe presentar mañana. Va a pedirte unos informes para que le envíes por mail, por favor hazlo antes de irte, va a trabajar en ellos mientras la oficina está cerrada estos días por las fiestas.
—Ok. Todavía no me llegó ningún mail pero estaré atenta.
—Bien. Viajo esta tarde con Julie, volvemos a Chicago. Ante cualquier eventualidad me llamas ¿ok?
—Sí Justin —aceptó mostrando un aplomo que le era por completo ajeno.
Esta tarde. ¡Esta tarde! Holly dejó el dispositivo sobre su escritorio y casi corrió hasta la cocina de la oficina. Gracias al cielo, no había nadie, cerró la puerta y se dejó caer en una silla, hundiendo la cabeza entre sus brazos, sobre la mesa.
Las rodillas le temblaban, la respiración se le aceleraba y la mente se le nublaba cada vez que pensaba en él. El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. Inspiró profundo y dejó escapar el aire muy despacio para relajarse.
 Justin entró a la cocina y se acuchilló a su lado preocupado.
—Holly.... Holly —llamó preocupado—, ¿estás bien? Ella se incorporó y se quedó quieta, recuperando el control de su cuerpo otra vez.
—Sí... solo.... estoy cansada... ya sabes...
—Me parece que lo sé —acordó Justin, viendo mucho más allá de lo que ella quería dejar entrever.
—Los exámenes... ahora las fiestas...
—¿Vas a ir a ver a tus padres? —Justin caminó hasta la mesada y le sirvió un vaso con agua. Lo dejó a su lado.
—Gracias —dijo dando un par de sorbos—. Sí, nos encontraremos en la casa del lago con mis hermanos también.
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Will llevaba días con un humor de perros... de hecho ya eran semanas. Sus asistentes habían agotado todas las opciones para hacer más llevadero el clima en la oficina. Con ningún éxito hasta el momento. Muy por el contrario, iba en franca decadencia y nada en el horizonte vaticinaba mejora alguna en el futuro inmediato.
Gracias a todos los cielos, el receso por las fiestas estaba a la vuelta de la esquina, y todos rogaban que el espíritu navideño obrara maravillas. Llamó a su secretaria a su oficina.
—Emily, ¿puedes venir un momento? —El buen trato no se debía a otra cosa que no fuera el enorme cariño y profundo respeto que tenía por esa mujer.
Emily había sido la secretaria del padre de su mejor amigo, Charlie, ahora convertido en socio. A la muerte del señor Conelli, heredaron oficinas y secretaria.
—¿William? —preguntó ingresando a la oficina y tomando asiento frente a él. Jamás tomaba notas, nada se escapaba de su memoria, de su escrutinio, de todo se enteraba, y lo que no, lo adivinaba con una precisión que dejaba pasmado al más incrédulo. William llegó a pensar que, en algún punto místico, estaría relacionada con su madre.
—Me estoy yendo a California en un par de horas. Quería hacerte entrega de esto —extendió hacia Emily una pila de sobres—, son los bonos de este año.
—Muchas gracias Will, los haré llegar de inmediato.
William bajó la vista un poco avergonzado, era un buen jefe, pero reconocía en su fuero interno al menos, que los últimos días había estado insufrible.
—Gracias a ti… por todo —respiró hondo ante la mirada "sigue, estoy escuchando" de su secretaria—. Este año es más que merecido.
Emily cruzó las manos sobre su falda y lo miró divertida.
—¿Tú crees? Bueno... supongo que estas cortas vacaciones nos van a venir muy bien —agregó con cierto tono e intención—, a todos para organizarnos y juntar energías para comenzar el año.
A buen entendedor pocas palabras, pensó Will, no necesitaba ninguna aclaración de lo que acababa de escuchar. Si no ponía solución a su dilema, la cabeza iba a explotarle. Sabía todos los por qué no debería estar con Holly pero su mente no hacía otra cosa soñarla cada segundo del día, despierto o dormido.
Se encontraba a sí mismo pensando en ella, recordando el sonido de su voz, imaginando mil y un excusas, como el adolescente que no era, para llamarla y contactarla de alguna manera, mientras revisaba declaraciones y notificaciones. Y de verdad que ya estaba demasiado cansado, y frustrado para seguir en la misma rutina que no lo conducía a ningún lado.
Se despidió de todos en la oficina, y puso rumbo a su departamento.
Ya tenía listo su equipaje para los dos días que iba a estar en California. El corazón le latía a paso redoblado de solo saber que iba a su encuentro. Justin pondría el grito en el cielo, pero ya lo resolvería.
No podía seguir evitando a Holly por más tiempo. Y, lo más  importante, no quería hacerlo.
A las 11.50 había llegado el tan esperado mail de Will, siempre correcto, ni una palabra más ni una de menos. Así las cosas, no podía evitar leerlo una y otra vez. Le encantaba su manera correcta de expresarse, era una tontería, pero para ella, inevitable.
Preparó todos los informes, los envió por mail e imprimió una copia por las dudas, lo presentó en una carpeta y la dejó sobre el escritorio que siempre ocupaba él cuando estaba en la ciudad. Repasó una vez más que todo estuviera en orden y con un suspiro dejó la oficina. Tomó su bolso y el abrigo y con paso acelerado se dirigió hacia los ascensores.
Will fue directo desde el aeropuerto de LAX a Mc Douglas Inc. No sabía por cuánto tiempo más podría contener sus impulsos. Lo que sí sabía, era que Holly era diferente al resto. Algo muy dentro de él se agitaba en su sola presencia. Quizás ya fuera tiempo de averiguarlo de una vez por todas.
Llegó al piso que ocupaban las oficinas de su hermano.
¡Genial! ¡Solo genial!
Justin ya se había ido a su casa hacía un rato, aunque avisó que volvería para encontrarse con él. Y su secretaria, el objeto de su tormento y desvelos, brillaba por su ausencia.
Ofuscado fue al despacho que ocupaba cuando estaba en California.
Fue traspasar un pie dentro del recinto y todo su cuerpo se puso en estado de alerta. El perfume suave y delicado de Holly flotaba en el aire, envolviéndolo, inundándolo, mareándolo. Transformando ese gesto hosco que parecía habérsele instalado en la cara, por una sonrisa que ni él recordaba que tenía.
Soltó su bolso y respiró hondo sin siquiera pensar que lo estaba haciendo. Se sacó la chaqueta liviana que llevaba y la colgó en el armario. Caminó con paso cansado hasta la ventana y se detuvo a observar la gente en la calle varios pisos más abajo. Todos parecían tener muy claro a dónde iban y de dónde venían. Él, sin embargo, se sentía en pausa, como nunca antes en la vida le había ocurrido. Y ya tenía más que claro por qué. O mejor planteado, por quién.
Holly. Siempre Holly. Solo Holly.
En algún momento consideró la posibilidad que fuera su ego el que lo tenía así, siendo que ella parecía prohibida para él. Pero el pasar de los meses le mostró cuán equivocado estaba.
Una risa fresca y cantarina detuvo su derrotero mental, giró a tiempo hacia la puerta para ver a Holly ingresar a la oficina.
—Hola —saludó para no asustarla. No lo logró.
—¡Hey! —dio un salto sujetándose fuerte del pomo de la puerta—. Ho-hola Will... William —respondió azorada. ¿Que hacía allí? ¿No tenía que llegar más tarde para la reunión?
Su cabeza estaba enredada con preguntas sin fin, mientras seguía sostenida por la puerta. Como si le hubiera leído el pensamiento, él agregó:
—Will…
—¿Sí? —preguntó confundida y él solo sonrió.
—Solo dime Will.
—Oh sí claro... tienes razón —se obligó a soltar la puerta y caminó hacia él.
Su estómago comenzó su rutina de arriba abajo, una vuelta y otra más, y sus rodillas a temblar. Es decir, lo usual en su presencia. Y como cada vez, resistió con estoicismo y avanzó hasta ponerse a resguardo, o todo lo que podía, con el escritorio como única separación entre ambos.
Will la observaba sin perderse siquiera un movimiento, no podría resistir mucho más si él no dejaba de mirarla de esa manera. Juntó toda la concentración que pudo y habló para llenar ese silencio que amenazaba con ahogarla de un momento a otro.
—Recordé algo durante el almuerzo y vine a verificar que todo estuviera en orden —aclaró tomando la carpeta y revolviendo papeles, fingiendo que estaba muy concentrada en su tarea como para notar que Will estaba caminando en su dirección.
Habría a lo sumo, diez pasos entre los dos, más el bendito escritorio que parecía encogerse a cada instante. Fueron los diez segundos más largos desde el inicio de los tiempos.
Cada paso de Will, acompañaba cada uno de sus latidos, duplicando la intensidad, amenazando con salirse de su pecho.
Holly dejó de respirar cuando Will llegó a su lado y se detuvo a un paso de distancia. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo, y el ir y venir agitado de su respiración. El mismo ritmo que llevaban los latidos de su corazón.
Will estiró su mano, tomó sus papeles y los dejó sobre el escritorio. Lo único que Holly pudo hacer fue seguir con la mirada sus movimientos certeros y veloces incapaz de hacer o decir algo. Una parte muy pequeña de su cerebro le gritaba desesperado que estaba en peligro, y que saliera corriendo de allí. Sus piernas tenían otros planes, o ninguno en lo absoluto.
Estaba clavada al suelo, envuelta en su embrujo.
Will atrapó sus manos entre las suyas, recorriendo con los pulgares en camino de ida y vuelta sus nudillos temblorosos, aprendiendo la suavidad de su piel. Holly inspiró corto y fuerte y sus ojos se enlazaron en la mirada suplicante de Will. Nunca lo había visto así. La tormenta en sus ojos hizo dar un vuelco a su atolondrado corazón. No era la mirada pícara y traviesa que solía tener. Esa mirada que encendía todas las alarmas en su cabeza. Era profunda y oscura, sus pupilas dilatadas al máximo, un pozo de dolor y deseo, de ternura y pasión. ¿De amor?
—Holly... —susurró su nombre y ella sintió sus piernas flaquear.
—Will... —respondió a su llamado atraída con la fuerza de un millón de gravedades. Su respuesta un pedido, un lamento.
—Debería dejarte ir... —dijo muy suave frente a su boca rozando apenas su nariz con la de Holly, respirando de su aliento.
—Sí —exhaló en forma casi inaudible y cerró los ojos, rendida a esa caricia que estaba acabando con su buen juicio a pasos agigantados.
—Créeme que si pudiera lo haría...
Las manos de Will escalaron por sus brazos en un muy lento recorrido que encendió cada poro de su piel mientras sus labios apenas rozaban el contorno de rostro sonrosado buscando la delicada piel bajo su oreja. La voluntad de Holly cedió ante el avance de Will y temiendo caer en más de un sentido, subió los brazos y se sujetó de sus hombros
Los brazos de Will se cerraron en su cintura, destrozando la poca distancia que los separaba. Abarcó con sus manos la pequeña espalda y con una de ellas escaló hasta su nuca. Sosteniéndola, apresándola contra su cuerpo. Fundiéndose en un abrazo por demás necesitado y esperado. De los labios de Holly escapó un jadeo tímido que voló por los aires la poca cordura que todavía tenía. Su instinto se hizo presente arrasando con todo a su paso. Con el corazón latiendo desenfrenado y la sangre ardiendo como lava por sus venas.
Quemando sus sentidos y sus principios. Queriendo reclamar como suya a esa mujer entre sus brazos que era quien le daba sentido a su vida. Todas esas certezas sacudiendo sus cimientos, retumbando en su interior con cada roce de esos labios con sabor a cielo prohibido.
Ni en sus sueños sintió jamás un beso como el que estaba compartiendo con Will. Su cuerpo respondía frenéticamente a él. A sus caricias, a su calor. Su mente colapsada por el cúmulo de sensaciones se abandonó por completo al momento, a Will, a esa sensación de paz que la embargaba.
Había supuesto que si se dejaba arrastrar por sus anhelos caería en el infierno mismo. ¡Y no se había equivocado! Solo que los brazos de Will, eran un infierno por demás glorioso del que no quería escapar jamás. Su espalda estaba arqueada al máximo ante el avance de Will. Lo sentía envolverla, abrasándola con su calor, derritiendo sus barreras, expandiendo su corazón de una manera diferente a todo lo que conocía.
Una risa en el pasillo se coló en la oficina, rompiendo la burbuja en donde estaban. Will se detuvo con suaves mordiscos, sellando sus labios con un beso lento y dulce. Apoyó su frente en la de Holly, mientras recuperaba todos sus sentidos y su corazón retomaba el ritmo habitual.
Con ambas manos tomó el cuello de Holly y sus pulgares acariciaron con ternura las mejillas tibias y sonrosadas. La mirada transparente de ella se encadenó a la suya, y pudo ver el instante exacto cuando la realidad del momento y del lugar la sacudió.
—Will... —llamó con un apenas susurro—, Will... yo… nosotros... Debo irme.
Holly se removió en sus brazos, y él perdió la batalla. Sabía que no podría jamás hacer nada en contra de sus comandos, incluso si eso fuera morir sin su presencia, sin respirar el aroma de su piel.
De a poco aflojó su agarre y dejó caer los brazos en franca derrota. Separó sus frentes y dio un pequeño paso hacia atrás. Tomó sus manos y las besó, primero una y luego la otra.
—Perdóname... —exhaló la palabra con tal mezcla de dolor y sinceridad que Holly se estremeció.
—Will... debo irme... yo... —apoyó su mejilla contra la de él y se tomó un segundo para despedirse. Sacudió la cabeza y salió disparada de la oficina, dejando atrás su corazón. Con cada paso que se alejaba, un nuevo puñal se le atravesaba en el alma.
¿Cómo haría para vivir sin Will? Aceleró sus pasos hasta el ascensor.
Cruzó el lobby del edificio como una exhalación para chocar de frente con Milo.
—¡Holly! ¿Cómo estás? —preguntó con entusiasmo.
La mirada ilusionada no pasó desapercibida para Holly, tendría que hablar con él, pero estaban a horas de su primera "cita" que ya no sería tan así, y decirle todo lo que en ese momento atormentaba su cerebro, en plena calle no era apropiado.
 —Todo muy bien, gracias. A las corridas como siempre —sonrió de manera forzada.
—Nos vemos esta noche, ¿verdad? —preguntó ansioso.
—Sí claro, nos vemos luego. Debo irme.
Guardó su teléfono en el bolso y al levantar la vista, un taxi se acercaba. Tenía que desaparecer de allí de inmediato, no podía volver a encontrarse con Milo en la situación en que se hallaba y mucho menos con Will...
Le indicó al chofer la dirección de su departamento y cerró muy fuerte los ojos. Su cabeza daba miles de vueltas, su trabajo, su jefe, Will... Y el bueno de Milo.
No quería lastimarlo, pero después de ese encuentro en la oficina era más que evidente que no podía comenzar nada con nadie. Al menos hasta que pudiera olvidarlo o superarlo.
Una sonrisa, más parecida a una mueca de burla asomó a sus labios.
¡Olvidar a Will! ¡Ja! Si eso fuera posible sería genial.
Pagó el viaje y subió por las escaleras, no tenía paciencia para esperar por el ascensor.
Will permaneció en su oficina de pie, mirando la puerta hasta que una enorme sensación de vacío lo envolvió por completo.
No supo si fueron unos minutos u horas. Respiró hondo llenando sus pulmones al máximo, en busca de la serenidad que Holly le había arrebatado. Sus pasos cansados lo llevaron hasta la puerta. Asomó la cabeza al pasillo, no se escuchaba nada. Ni la música ambiental, ni las conversaciones de escritorio a escritorio. Incluso había dejado de escuchar el latido de su propio corazón, que pulsaba lento y adolorido.
Caminó hasta la ventana y sus ojos se posaron en la figura femenina que casi corría fuera del edificio y subió veloz a un taxi.
Se dejó caer en el sillón y su cabeza cayó rendida hacia atrás, cruzó los brazos sobre su frente y allí permaneció meciéndose de un lado al otro, rememorando el sabor de sus labios y tomando consciencia de cuán metida bajo su piel estaba Holly.

—¡¡¿Will?!! —preguntó extrañado Justin. Dio un par de pasos y cerró tras de sí la puerta.
Will se reincorporó en su sillón y enfocó sus ojos en su hermano.
—Hey Justin... Terminemos con estos papeles de una vez... —dijo en tono cansado.
—Okeey... Salgamos de esto.
—Escucha... Lo siento... No quise hablarte así...
—Tranquilo, nadie te entiende mejor que yo.
—¿Tú crees?
—No, no lo creo. Lo sé...
—¿Y qué sabes genio? —dejó la lapicera sobre el escritorio y se recostó en su sillón.
 La cabeza ladeada y su sonrisa torcida en gesto de burla, que no logro esconder la tristeza que lo embargaba.
—¿Qué sé? Que te llegó la hora hermano. Y que si no se lo dices tú a mamá se lo diré yo.
—Serás capaz...
—Por supuesto. Anda, vamos que terminamos esto y vamos por unas cervezas.
—Ok ok...

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El Casey's Irish Pub era el lugar preferido de los hermanos Mc Douglas, con su marcado estilo en maderas oscuras, mesas y sillas robustas, la escalera de acceso al salón principal en el subsuelo... todo era perfecto, incluso tenía el típico bartender pelirrojo de barba larga y prominente barriga. Era como cruzar el océano y viajar en el tiempo a la tierra de sus abuelos.
Compartieron como siempre un banco largo con asiento de cuero en medio de la barra. Ya por la segunda cerveza y compartiendo un cómplice silencio más que necesario, Justin preguntó:
—¿Y? ¿Me vas a contar o debo decir todo lo que sé? —preguntó golpeando codo con codo.
—¿Sabes o adivinas?
—Ambas...dime Will ¿Qué piensas hacer con lo que sientes por Holly?
—No lo sé... bro, no lo sé
—¿Es mucho y muy complicado eh?
—No, es mucho y bastante simple o al menos lo tengo claro. Estoy loco por ella y sé que no es algo pasajero.
—Y entonces... ¿Cuál es la duda?
—No es duda...
—¿Es miedo?
—No... —vio como muy despacio Justin se giraba para verlo de frente—. Es pánico en estado puro —bebió de un tirón los tres o cuatro sorbos que le quedaban a su cerveza.
—Al menos lo llevas claro…
—Como el cristal —agregó golpeando dos veces el mostrador pidiendo la reposición.
—No es de un Mc Douglas y mucho menos propio de ti, no hacer nada al respecto.
—Ya lo sé, mejor que nadie, pero por lo que escuché en la oficina... rumores y esas cosas, Holly se lleva muy bien con alguien del edifico… ¿Milo? O algo así.
—Sí, es de la empresa de informática a dos pisos del nuestro. Buen chico, pero no es para Holly.
—¿Y tú puedes decir eso porque eres su papá, su hermano o qué? —dijo con una sonrisa torcida en sus labios.
—Ninguna de las dos: soy su jefe, un amigo casi después de tanto tiempo y si a mi hermano le crecen las pelotas de una vez, puede que sea mi hermana política —guiñó un ojo a su hermano y elevó la botella en mudo brindis.
El bartender se acercó hasta ellos y Justin aprovechó el momento.
—Liam amigo, tráeme por favor dos cafés dobles bien negros... —Liam asintió con la cabeza y se dirigió hacia la cocina— y tú...
—Yo… ¿Qué? —veía a su hermano escribir en el teléfono.
—Aquí te envío la dirección de Holly.

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Que Milo la pasara a buscar tan puntual y tan dulce como siempre fue lo peor que podía pasarle en el día. Holly era por naturaleza una persona amable y sensible, y sabía reconocer a un par, Milo era igual en ese sentido. Lo invitó a pasar y con toda la honestidad y el valor que pudo juntar, abrió su corazón dando por terminado aquello que ni tuvo oportunidad de comenzar.
Sería algo incómodo al principio, para ambos, pero lo superarían y quizás con el tiempo por venir y tantas cosas que sabían que tenían en común, la amistad parecía ser el camino más correcto.
Cuando Milo se fue, dejó las tazas de té en la encimera de la cocina y fue derecho a la ducha. Necesitaba vaciar su mente, poder pensar con claridad. Desde hacía meses que no podía hacerlo, menos cuando Will estaba cerca. Sentía tantas cosas, fuertes y encontradas. La atraía con la misma intensidad que le temía. Nunca antes se había sentido tan expuesta y vulnerable con nadie. Y eso la aterraba, no tenía muy claro por qué.
Y después del beso demoledor de la tarde sabía a ciencia cierta que nada sería igual. Ni con Will, ni con nadie. Cada beso por venir lo compararía con el de esa tarde.
El agua corría tibia por su piel llevándose los pesares del día. Cerró el grifo de la ducha y se envolvió en una enorme toalla blanca. Desenredó su cabello y se puso el short azul claro con camiseta que usaba para dormir. Quería desconectar del mundo, al menos hasta el día siguiente cuando su vuelo la llevara a casa de sus padres. Fue caminando descalza por la casa apagando luces y viendo que todo estuviera en orden.
Will había tomado un taxi desde el Pub hasta su hotel. Ingresó a su suite al tiempo que se quitaba la ropa de camino a la ducha. Él era un hombre de certezas, de definiciones, que tomaba decisiones y jamás se arrepentía. Y si algo a no resultaba según lo esperado, pues se hacía cargo de las consecuencias.
Con Holly fue al revés, no estaba acostumbrado a ese torbellino de sensaciones y sentimientos que ella le despertaba. Todo con Holly había sido nuevo, diferente, caótico. Hasta ese exacto momento en que finalmente la tuvo en sus brazos y supo de manera visceral y sin atisbo de duda qué sentía y por qué.
Salió del box de la ducha y se vistió como un autómata, un jean azul claro muy gastado, una camiseta blanca escote en V y una chaqueta de lino color arena, cargó la billetera en el bolsillo de atrás y el teléfono en el delantero y salió en busca de su destino.
Encontró sin problemas la dirección que le había enviado Justin. Una pareja joven, con un par de niños salieron del edificio y aprovechó la oportunidad para subir al piso del departamento de Holly.
Se detuvo frente a su puerta dudando si estaría, si lo recibiría. Sacudió la cabeza de un lado al otro para dejar de pensar y aclarar su mente de tanto ruido. Inspiró muy hondo e hizo sonar la campana.
Holly estaba a dos pasos de la puerta, para verificar que hubiera cerrado con llave, cuando el sonido del timbre la sobresaltó. Un grito se escapó de su garganta y cruzó el silencio del ambiente y en ese instante lo escuchó llamarla con urgencia mientras aporreaba la madera.
—Holly... Holly...
—¿Will? —al susto se sumó la sorpresa de su visita y abrió presurosa la puerta.
Al quedar de frente a él, se quedó sin palabras y notó con marcada precisión cuál era su muy escasa vestimenta.
El grito en respuesta lo alarmó de manera súbita, arrollando sus sentidos, queriendo derribar la puerta a como diera lugar para llegar a Holly.
Y allí estaba ella, en pijamas, y descalza, con su cabello suelto y húmedo todavía por la ducha, oliendo a un atardecer de verano y llevándolo al infierno sin retorno posible. Con su carita de asombro y la respiración agitada que no hacía más que alborotar sus hormonas de manera implacable.
—¿Estás bien? —preguntó Will acercándose lo suficiente para que solo una delgada capa de aire los separara. Tomó con dos dedos la barbilla de Holly y elevó su rostro. Se perdió en sus ojos, lagos de agua clara, transparente, buceando en la profundidad de su alma. Sus miradas quedaron ancladas por un eterno momento donde todo, absolutamente todo a su alrededor desapareció.
Silencio.
Will no se sentía ni a sí mismo, solo era consciente de Holly y su abrumadora presencia que lo ocupaba todo.
Y Holly, cautiva una vez más bajo su hechizo, apenas pudo responder:
— Sí... Iba de camino a la puerta y me sobresaltó el sonido del timbre... Pasa, por favor.
Will retiró con no poco esfuerzo la mano de su piel y caminó hacia el centro de la sala. Se sacó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo. Holly cerró la puerta y giró para encontrarse con él. ¿Qué hacía Will allí?
—¿Quieres tomar algo? —preguntó cautelosa sin saber bien cómo actuar en su propia casa.
—No gracias —dijo Will mirándola de arriba a abajo sin pudor ni disimulo, mordiendo su lengua cuando su cerebro formó veloz la respuesta "sí, a ti" y su mejor amigo se puso aún más en estado de alerta.
—Toma asiento... —ofreció Holly.
—Tenemos que hablar... —dijo al mismo tiempo Will.
Holly asintió con la cabeza y se sentó junto a él medio del sillón.
Que tenían una conversación pendiente no había duda, que alguno de los dos quisiera hablar en ese momento no estaba tan claro.
—Antes que digas nada, y faltando a la etiqueta de las damas primero, por favor déjame comenzar —se movió hacia adelante lo suficiente para que sus rodillas quedaran juntas y tomó las manos de Holly entre las suyas. Sentirla temblar detonó sus miedos haciéndolos astillas, dándole el valor necesario para exponer su corazón.
—Ok...—dijo tomando una bocanada enorme de aire y mirando a Will a los ojos.
—Holly... yo... —suspiró y continuó— seguramente no soy el hombre adecuado para ti, y en mi defensa sólo puedo decir que siempre fui honesto, no tuve relaciones largas porque no las buscaba ni tampoco encontraba la mujer que me hiciera cambiar de idea, es cierto, ahí fuera hay un millón de mujeres, pero solo quería encontrar una, la única, la perfecta. Y esa eres tú. Eres especial y no soy nada, pero soy menos sin ti. Estás bajo mi piel Holly Keller y no quiero que sea de otra manera. Te amo como nunca creí que se podía amar.
Holly apenas respiraba, las palabras se arremolinaron en su garganta y las lágrimas comenzaron a caer lento, pero sin pausa por sus rosadas mejillas.
—Ya hermosa... —se deshizo del agarre de sus manos y tomó su rostro con delicadeza, enjuagando con sus dedos la humedad de sus mejillas—, no llores. No puedo verte triste, ni llorar.
—No estoy triste... Yo... Te amo Will, con la misma intensidad y sin remedio.
Una de las manos de Will se deslizó por su cuello sujetándola por la nuca y con el otro brazo envolvió su pequeña cintura. Con mínimo esfuerzo la levantó veloz y la sentó en su regazo.
Holly envolvió sus brazos alrededor de Will, tironeando sus mechones rebeldes, disfrutando de su cercanía y su calor. Él abandonó sus labios para recorrer con besos húmedos el contorno de su rostro, hasta el lóbulo de su oreja. La mordió suavemente con los dientes y la sintió estremecerse. El gemido que se escapó de los labios entre abiertos de Holly, le indicó que iba por el camino correcto. Eso y su espalda arqueada en total abandono a sus caricias. Dibujó con besos húmedos su níveo cuello, sus manos subían con lentitud desde las rodillas hasta los muslos de Holly, su piel suave y perfumada le hacía perder la conciencia por instantes, descubriendo su tersura y su calidez. Sintiéndola temblar milímetro a milímetro, notando como los límites se volvían difusos a medida que se acercaba al punto de no retorno y la necesidad de hacerla suya iba en aumento.
Holly volaba entre sus brazos, cada beso, cada caricia, la llevaban al borde del abismo.
—Holly... —la llamó ahogado en su piel, besando sus hombros mientras bajaba muy despacio el bretel de su camiseta.
—No te detengas —gimió bajito al sentir la barba crecida de Will en el hueco de su cuello.
—Tus deseos son órdenes para mí —replicó dejando de besarla y mirándola a los ojos.
—Es bueno saberlo —respondió risueña.
Will se levantó del sillón con Holly anudada a su cintura y siguió sus instrucciones para llegar al dormitorio. Se detuvo a los pies de la cama y en dos segundos se sacó las zapatillas; al dejarla en la cama Holly se arrodilló. Recorrió sus brazos con la yema de los dedos y fue consciente de cómo se aceleró la respiración de Will cuando le desabrochó el cinturón y desprendió uno a uno los botones de su jean. En un movimiento fluido, sacó su camiseta por la cabeza y voló por los aires hasta quedar arrugada en un rincón junto a la puerta.
Tomó con cuidado el dobladillo de la camiseta de Holly y la retiró con cuidado, contemplando con pasión y dulzura su desnudez. Con la punta de sus dedos, se deslizó por sus hombros, bajando por los brazos hasta llegar a sus manos. Las besó con adoración, primero una, luego la otra y las dejó cruzadas en su propio cuello. Besó la pequeña nariz y respiró de su dulce aliento. La sostuvo mientras avanzaba como un felino sobre la cama, llevándola consigo hasta depositarla en la blancura de las almohadas.
Holly estaba perdida en un mar de emociones y sensaciones, con la piel en llamas y el corazón a punto de explotar de tanto amor que sentía. Will dejó un reguero de besos desde el cuello, por en medio su pecho... Se detuvo en el diminuto ombligo, jugueteando con él, mordiendo sus bordes, degustando su cavidad, arrancando risas y suspiros en la mujer que amaba.
Enganchó con sus dedos la ropa interior y el short azul claro. Los deslizó suavemente por las piernas de Holly y aterrizaron sin decoro junto a la puerta.
Al fin sería suya. Veía su pecho subir y bajar agitado y la mirada brillante de amor y deseo.
Y en ese exacto momento supo que su vida dependía por completo de Holly y su amor. Se supo amado, se sintió completo. Y sintió como su cuerpo se encendía y su alegría retumbaba en cada rincón de su ser al ritmo frenético de su corazón.
La última barrera de tela cayó.
Holly temblaba de anticipación, su corazón amenazaba con salirse del pecho de un instante al otro. Sus miradas se anclaron una vez más al tiempo que Will conquistaba centímetro a centímetro del interior de Holly, tan pequeña y suave, tan suya. Sintió su calor envolverlo como un guante, oprimiéndolo, succionándolo hasta las profundidades de su ser, en el único lugar en el mundo donde Will quería estar, fundido a Holly más allá de la piel, donde el eco de sus corazones se hacía uno.
Holly arqueó su espalda presa de la pasión, para darle más espacio a Will, llegando más hondo si eso fuera posible, en un vaivén demencial que los llevó al éxtasis. Un grito estrangulado rompió el silencio de la noche y con un gruñido ronco que hizo temblar a Holly de pies a cabeza, Will se dejó ir.
Su cabeza encontró refugio en el hueco del cuello de Holly, mientras recuperaba el aliento y normalizaba, aunque fuera un poco los latidos de su corazón.
Holly respiró muy hondo para serenarse y recobrar el control de sus sentidos, y una sensación de paz la invadió por completo cuando él se elevó apoyado en sus brazos y le sonrió, con esa expresión entre pícara y tierna que la había enamorado.
Besó la punta de su nariz y dejó un beso dulce en sus labios antes de dejarse caer a su costado.
—Ven aquí —dijo extendiendo su brazo y ofreciendo su hombro para que Holly se acurrucara.
Luego que ella se acomodó los tapó con el cobertor y la abrazó muy fuerte.
—¿Cómo estás? —preguntó mientras colocaba un mechón rebelde de cabello tras la oreja de Holly.
—Agotada y feliz ¿Y tú?
—Más feliz que agotado… —guiñó un ojo y agregó—, descansa, tenemos todo el tiempo del mundo.
—Te amo Will…
—Te amo princesa.
La luz del sol golpeando en su cara, despertó a Will. Tardó un par de segundos en orientarse y se descubrió con Holly en sus brazos, que dormía serena y satisfecha.
Ese momento puso un antes y un después en la vida de William Mc Douglas, mientras contemplaba la luz del sol jugar con la piel de Holly a medida que los minutos pasaban. Ella se removió apenas entre las sábanas y abrió los ojos, para encontrarse con la sonrisa enorme de Will.
—Buen día —dijo medio escondida detrás de las sábanas.
—Hola amor —saludó dándole un dulce beso en los labios.
—Pero que sonriente te despertaste esta mañana, te imaginaba un poco malhumorado —agregó juguetona.
—Bueno hoy es navidad…
—Nooo… faltan unos días para Navidad.
—¿Recuerdas cuando éramos pequeños y nos tocaba abrir los presentes el 25 por la mañana?
—Sí, imposible olvidar esos momentos.
—Así me siento contigo, despertar contigo hace que cada día sea la mañana de Navidad.
—Te amo William Mc Douglas.
—Te amo Holly Keller.

Fin

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