Macchiato - Escena 1


195 McGregor Street, Manchester. New Hampshire


En el sector destinado a gimnasio de su espacioso loft, solo se escuchaban los golpes de sus puños vendados y sus pies descalzos, arremetiendo sin piedad sobre el saco de arena que oscilaba perezoso frente al ventanal, y la furia con que la tormenta asolaba la ciudad esa tarde.

El ringtone con el que identificaba las llamadas “especiales” comenzó a aullar sobre la mesa, sacándolo de su práctica diaria.

Con una última patada se alejó y tomó la toalla que descansaba en el banco de madera. Secó el sudor de su frente y de su torso desnudo. Se colgó la toalla del cuello y caminó hacia el teléfono.

—Diga —descolgó la llamada en tono seco.

—Mi hijo va a llamarte, quiero saberlo todo —de ese modo le respondieron.

—¿Cuándo? —preguntó caminando hacia la cocina.

—Pronto.

—Ok —colocó el aparato entre su hombro y la oreja y destapó una botella de agua mineral— ¿Condiciones?

—Las mismas que la última vez.

—En unos minutos realizo la operación.

—De acuerdo.

El único sonido remanente en el ambiente, era el de su respiración y el de las gotas de agua de lluvia azotando los cristales.

Macchiato


Maxine se removió en su cama y se desperezó con lentitud. Entreabrió los ojos dando un profundo suspiro, su mente la llevó en un santiamén a la larga lista de tareas que tenía pendiente para ese fin de semana, y su cara se iluminó presa de la felicidad anticipada.

En un revuelo de sábanas y mantas quedó de pie junto a su cama, descalza avanzó hacia la ventana, descorrió las persianas y abrió los cristales.

El otoño había llegado a las calles de Providence y las hojas de los árboles se mecían al compás de la suave brisa. El sol asomaba detrás de algunas nubes y acariciaba con sus tibios rayos la ciudad.

El perfume en el aire inundó su pecho y sonrió de cara al sol. Amaba los otoños. Las hojas de los árboles cambiaban su color por una paleta privilegiada de dorados ocres y rojos de distintas tonalidades e intensidades, que siempre lograba maravillarla. En su haber contaba con treinta otoños, cada uno más bello, más mágico e irrepetible que los otros. No por nada era su estación favorita.

El aroma del café recién hecho la despertó de su ensoñación. Dio una última mirada a la calle que la vio nacer: un par de vecinos conversaban en la esquina, el empleado postal de toda la vida, haciendo su trabajo, nada fuera de lo común, pero ahora que no lo vería tan a menudo, supo con mayor rotundidad que iba a extrañarlo.

Cerró los cristales con suavidad y se envolvió en su bata para bajar a desayunar.

Las medias amortiguaban sus pasos en la escalera de madera, bajó los escalones despacio, uno a uno, recordando cuando era niña y para estupor de su madre, bajaba a desayunar deslizándose por el barandal de madera lustrada. Al llegar al último escalón su mirada se perdió en la colección de marcos que adornaban la pared del pequeño recibidor, frente a ella veía al menos una foto suya por año hasta el día de su promoción.

Las recorrió todas, reviviendo esos momentos. Quien viera esas fotografías diría que su vida estaba colmada de felicidad, en todas ellas abundaban las risas. Allí estaba la foto de aquel día en el parque cuando aprendió a montar en bicicleta, no así del momento en que cayó y raspó sus rodillas con la grava del camino. Y en todas observó lo mismo, eran un paréntesis, un oasis de felicidad en medio del continuo devenir de la vida.

Observar esa pared era ver un resumen de su niñez, no tan lejana, no tan feliz, y una punzada de nostalgia arrugó su corazón.

Inspiró profundo como cada vez que los sentimientos y los recuerdos comenzaban a abrumarla, dibujó su mejor sonrisa e ingresó con paso vivaz a la cocina.

—Buenos días mamá, ¿cómo estás? —dijo mientras colmaba su taza de café.

—Buenos días Max, muy bien —esbozó una sonrisa cansada en sus labios.

—¿Qué tal tu guardia en el hospital?

—Todo muy tranquilo, gracias a Dios.

—Mejor así…

Estaba por preparar una tostada cuando su madre la cuestionó:

—¿Max?

—Sí.

—¿Qué pasa? —su madre dejó la taza sobre la mesa.

—¿Con qué? —respondió esquiva mirando por sobre las volutas de café. Ya no lo puedo evitar pensó con resignación.

—No sé, tú dime. Hace una semana que actúas extraño.

—¿Sí?

—Sí y lo sabes. Vamos dime, ¿qué es?

—Bueno… verás… —dio un largo sorbo de café buscando las palabras adecuadas— hace ya tres años que trabajo en Goldenberg & Goldenberg y sabes que buscaba algo más…

—Ajá —Amy tomó la taza entre sus dos manos y puso toda su atención en su hija.

—Ese algo que estaba buscando llegó hace unos días. La gente de recursos humanos de IFET se puso en contacto conmigo para el puesto de subgerente legal del grupo.

Max vio como el rostro de su madre mutaba con cada palabra: orgullo, sorpresa, felicidad, confusión, miedo. ¿Miedo? ¿Por qué tendría que tener miedo?

—¿Estás bien, mamá? Sé que es repentino, pero…

—Sí, sí, estoy… muy bien… sorprendida… solo eso… sí, sí… sorprendida —Amy apenas podía contener los temblores que la azotaban de pies a cabeza.

Sus recuerdos más escondidos podrían salir a relucir, y aún hoy, tantos años después, no estaba preparada.

—Oookeeey… lamento no habértelo dicho antes, solo trataba de ordenar un poco las cosas, y ver cómo encarar toda la situación.

—No te preocupes, todo va a salir bien. Y dime, ese grupo tiene oficinas en varias ciudades…

—Sí, la sede central está en Boston, allí me esperan.

—¿Cuándo?

—El próximo lunes.

—¿El otro lunes?

—Sí. Todo el proceso de preselección hasta ahora fue por teleconferencia, el jueves por la tarde me confirmaron la última entrevista para el lunes por la mañana.

—Wow… ¿y cuándo pensabas decirme?

—Hoy, ya te dije, solo buscaba el momento, en la semana estamos muy complicadas y en fin… fueron pasando los días. Y además la cita del lunes fue gestionada más rápido de lo que imaginaba.

—Me imagino que la salida de hoy con Mary tiene que ver con eso, ¿verdad?

—Algo así, sabes que los padres de Mary tienen un departamento en Boston, me quedaría allí un tiempo hasta encontrar otro lugar, al menos al principio. Vamos a ver qué necesitaría llevar, y como esta tarde juegan los Spurs vs Celtics, iremos al partido. Es en el TD Garden por supuesto.

—¿Van a pasar la noche allí o vuelven a casa?

—Nos quedamos hasta el lunes por la tarde. Si no hay sorpresas de por medio, comenzaría en mi nuevo empleo el otro lunes.

—Genial, hija, va a ser toda una aventura —dijo impostando una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

—Sí, lo será. ¿Vas a estar bien con todo esto? Yo…

—No te preocupes, era cuestión de tiempo que algo así sucediera, aquí lo importante es que tú vas a estar bien.

—Gracias, no es fácil.

—Lo sé, confía en mí. Todo va a estar bien —apretó con cariño la mano de su hija y Max no podría estar más que extrañada.

—Te envío un mensaje cuando lleguemos, así te quedas tranquila.

—Bien, ahora me voy a acostar, veinticuatro horas de guardia no son poca cosa.

—Ya lo creo. Que descanses.

—Cuídate por favor.

—Lo haré.

Amy dejó la taza en el fregadero y puso rumbo a la escalera, para subir a su dormitorio.

Como cada mañana, luego de su guardia en el Hasbro Children's Hospital, la ducha fue breve, mientras repasaba mentalmente los casos atendidos. Era su manera de chequear que todo estuviera en orden y descansar.

Pero esta mañana no era una más.

Se vistió con su pijama favorito y sus pasos esquivaron la cama para detenerse junto al escritorio, frente a su laptop. Se quedó inmóvil, con su curiosidad y necesidad de saber, luchando contra los recuerdos y los límites autoimpuestos.

Muy pocas veces la tentación vencía su fuerza de voluntad. Y se odiaba cada vez que ocurría. En vista de la conversación reciente, este sería uno de esos momentos. Se sentó nerviosa, en el extremo de la silla.

Abrió el navegador y tecleó las cuatro letras, que puestas todas juntas eran su más doloroso recuerdo.

“IFET”

El resultado fue inmediato, links, fotos, entrevistas, una formidable cantidad de información que sentía le era imposible procesar.

Ingresó a la página de “Infraestructure, Financial, Energy & Tecnology Group”, y contuvo la respiración.

Paseó por el sitio buscando la nómina, el mundo se detuvo a un clic de distancia.

Unos golpes en la puerta distrajeron su atención de la pantalla, cuando giró se encontró con la mirada expectante de su hija.

—Mamá… ¿estás bien? Llamé un par de veces y como no respondías abrí la puerta.

—Sí, claro… solo me distraje. Estaba por acostarme, ¿necesitas algo? —dijo en tono cortante. Sabía que no era el adecuado pero la sorpresa y el miedo a ser descubierta pudieron con todo lo demás.

—Confirmé con Mary, paso por ella en media hora. Te envío un mensaje cuando llegamos a Boston. ¿Ok?

—No… mejor llámame.

—Pero estás agotada...

—Solo hazlo, —dijo con demasiada firmeza y tras un suspiro agregó—: por favor.

—Está bien, voy a cambiarme. Que descanses —dijo caminando hasta su madre y dejando un beso en su frente.

Amy no dijo una palabra. No podía articularlas. Vio a su hija salir de la habitación, y su mundo se derrumbó. Cerró la laptop de un golpe y se arrojó a la cama sobre las mantas. Abrazó su almohada y lloró lágrimas amargas hasta quedar en ese estado límbico, mezcla de sueño y vigilia, pesadilla y realidad.

  ***

Mary saludó a sus padres y tomó un juego de llaves del escritorio en el estudio de su padre, del departamento de Boston.

Se colgó en el hombro su enorme mochila y abrió la puerta mientras su amiga, con una enorme sonrisa, se acercaba con ágiles pasos a su encuentro.

—Hola Max, ¿cómo estás? —dijo abrazando a su amiga de toda la vida, su hermana por elección.

—Buenos días Mary, súper ansiosa. Estoy que zumbo —rio dando unos saltos.

Mirar la cara de Maxine era ver la alegría con patas o algo muy similar. Mary no recordaba cuándo fue la última vez que la había visto tan entusiasmada, extasiada casi. Su corazón saltó de felicidad, la extrañaría… ¿cómo no hacerlo? Pero la vida era avanzar, crecer, tomar las oportunidades que se presentaban cuando se presentaban, y esta era de esas que no pasaban dos veces.

—Te creo, estoy igual. ¡I95 allá vamos! —festejaron saltando al mismo tiempo y chocando palmas en el aire.

—¡Bostonianos atentos! —se carcajeó Maxine.

Los padres de Mary las observaban desde la puerta principal de su casa, las vieron acomodar la mochila en la cajuela de Coop, y sí, las chicas habían bautizado al MiniCooper de Max como Coop, era su compañero de aventuras desde hacía un año apenas, pero el pobre podría escribir un par de libros con tantas anécdotas.

Max se acercó corriendo al matrimonio para despedirse con un fuerte abrazo de cada uno. Y corriendo volvió al auto. Una vez acomodadas, ambas saludaron al cerrar la puerta y emprender el camino.

—¿Lista Mary?

—Siempre.

—Bien, aquí vamos. ¡Hey! Mira lo que preparé para el viaje.

Del bolsillo de su pantalón sacó un pendrive que insertó en la consola de Coop.

—Mmm… ¿tengo que adivinar? —las cejas de Mary se levantaron risueñas.

—No podrías ni queriendo.

—Ajá.

—Me dediqué un par de horas a buscar música acorde al viaje —respondió toda seria y fracasando en el intento.

—A ver… —Mary presionó play y sus ojos casi escapan de su rostro cuando los acordes de Crazy Bitch inundaron el auto.


“All right!Break me down, you got a lovely face

We're going to your place And now you got to freak me out

Scream so loud, getting fuckin' laid

You want me to stay, but I got to make my way”[1]

—Bueno… no está tan mal —dudó Mary y la música seguía sonando.

—Espera y verás —Max apenas si podía contener la risa. La próxima estrofa era el golpe de gracia.


“Hey, You're crazy bitch But you fuck so good, I'm on top of it

When I dream, I'm doing you all night

Scratches all down my back to keep me right on”[2]


—¡Oh por Dios Max! —la cara de Mary era un poema.

—Si no te gusta puedes pasarla, no son todas iguales.

—Naaa… ¿qué más copiaste?

—Algunas para cantar en el camino.

Mary comenzó a adelantar los temas para ver cuáles eran:

02-My Immortal

03-Kickstar my heart.

04-Highway to hell.

05-Whole lotta love

06-Dr Feeldgood

07-Come on feel the noise

08-Nightmare

—No están mal, pero el primero queda medio descolocado con el resto.

—¡El primero era solo para ver tu cara, y no me equivoqué, si te hubieras visto! —Max alternaba la vista entre la subida a la autopista y su amiga.

—¿Te imaginas a mis padres escuchándonos cantando Crazy Bitch? —Mary puso se mejor cara de horror.

—No, pero puedo imaginarme la cara de MIII madre —sacudió la cabeza de un lado a otro. Seguro no era una canción que aprobara Amy Campbell.

—Bueno, ya tenemos música especial para viajes.

—No te rías, pero la selección se llama “Road Trip #01”

—¿Uno? ¿Hay más?

—Si todo resulta como debería, este viaje a Boston va a ser el primero de muchos.

Mary bajó el volumen de la música y se puso de lado para escuchar a Max.

—Voy a quedarme en Boston, pero mi madre, tú y mi vida están aquí, no creo que pueda viajar todos los fines de semana, espero poder hacerlo al menos un par de veces al mes.

—Y como no podía ser de otra manera tienes todo programado, ¿verdad?

—Mary me conoces, sabes que soy así, puedo poner Crazy Bitch en el auto mientras bromeamos. Pero mi vida se basa en certezas, tengo que saber qué va a pasar para estar preparada, y el ir y venir de Providence a Boston es algo a tomar en cuenta. No solo son los kilómetros, sino la distancia de ustedes.

—Sí, los cambios cuestan.

—¿Cuestan? ¿CUESTAN? A la gente le cuestan, para mí son casi imposibles, apenas si puedo manejarlos, es una lucha constante. Necesaria, pero lucha al fin.

—Y yo voy a estar contigo, siempre.

—Lo sé, no podría hacerlo sin ti —y sonrió a su amiga.

—Bueno Road Trip 01, ¿qué tienes por aquí?

Mary subió el volumen y dijo:

—¡Hey! ¡High way to hell!! AC/DC cada día te quiero más —Max giró y la miró haciendo un puchero—. Y a ti también.

—¡Vamos Mary!

Y dicho esto, con el volumen al máximo, a tal punto que de los otros automóviles las miraban al pasar, cantaron a voz de grito:

Livin' easy Lovin' free

Season ticket on a one way ride

Askin' nothin' Leave me be

Takin' everythin' in my stride

Don't need reason Don't need rhyme

Ain't nothin' that I'd rather do

Goin' down Party time

My friends are gonna be there too

I'm on the highway to hell

On the highway to hell

Highway to hell

I'm on the highway to hell[3]

—Ya casi llegamos, ¿sabes la dirección exacta verdad? —preguntó Mary, segura de saber la respuesta.

—La cargué en el GPS el otro día e hice el recorrido virtual varias veces —repuso toda seria.

—¡Ay por Dios! —y estalló en carcajadas, su amiga era terrible.

—¿Y qué problema hay?

—Ninguno Max, pero venía contigo, sé cómo llegar a mi casa —Mary sonreía.

—Lo sé, pero hay cosas que nunca cambian.

—Es cierto: La muerte, los impuestos y Maxine Campbell.

Thomas estaba por ingresar al edificio cuando la vio bajar del auto junto a Max.

—¡Thomas! Qué lindo verte —Mary sonrió.

—Bienvenida a casa Mary —fue la respuesta afectuosa de él, la conocía desde que nació.

—Thom, ¿te acuerdas de mi amiga Max? Ella se quedará en el departamento un tiempo.

—Bienvenida Maaaaxx… —y estiró el nombre buscando completarlo.

—Maxine Campbell, Thomas, pero todos me llaman Max —dijo extendiendo la mano.

—Bien Max, bienvenida entonces, mi esposa y yo, vivimos en la planta baja, lo que necesites no hace falta más que avisarnos.

—Gracias Thomas.

—Les ayudo con eso —repuso el hombre cuando vio las mochilas en el maletero de Coop.

—No hace falta Thom, de verdad, esto no es nada, espera la semana próxima —respondió Mary guiñándole un ojo.

—Bien, las ayudaré entonces.

—¡Gracias! Nos vemos luego.

Las chicas subieron los pocos escalones que separaban la vereda de la puerta principal del edificio. El ascensor era de esos con rejas, de modelo antiguo. Toda la construcción parecía salida de un viaje en el tiempo.

Mary dejó la mochila en el suelo y abrió la puerta del departamento. Ingresó seguida de Max.

Hacía mucho tiempo que no venían y el lugar les pareció mágico. Recorrió el salón con una mezcla en su corazón de curiosidad y anhelo.

Lo primero que llamó la atención de Max fueron los pisos de madera clara, pulidos y brillantes, que reflejaban incluso las ventanas repartidas. Las paredes blancas inmaculadas sin adornos. Los gabinetes de la cocina en un verde pálido y encimeras de granito blanco. La mesa circular también en madera blanca como las sillas, con sus almohadones estampados de flores. Era una cocina de cuento.

El sillón en tono natural, tenía como único toque de color almohadones de varios tamaños, y una mesa baja con herrajes antiguos invitaba a tomar café y leer un buen libro frente a la chimenea.

Mientras recorría el espacio, Max ya imaginaba cómo decoraría ese departamento si fuera suyo, quería que lo fuera. Mirando hacia la ventana vio el escalón que separaba ese sector, lo que lo hacía perfecto para colocar allí una linda alfombra y el escritorio de cara a la ventana. La vista era una maravilla, trabajar desde casa sería todo un placer.

En un rincón había un pequeño armario, el baño de las visitas y la salida a la terraza. ¡Oh! podría agregar una mesa redonda y un par de sillones de jardín, muchas plantas con flores. Sin cerrar los ojos podía ver la composición que estaba soñando.

Mary dejó las mochilas al lado del sillón y revisaba las alacenas sin perder de vista a su amiga. Sabía sin lugar a dudas todo lo que pasaba por su ordenada y creativa cabeza.

Max siguió su recorrido hasta el dormitorio y allí terminó de enamorarse de ese departamento. Las puertas ventanas daban acceso a la terraza, el piso también era de madera clara, con el único detalle que dos alfombras rectangulares, mullidas y blancas enmarcaban la espaciosa cama con cabezal de hierro. En aquel rincón podría poner una mesita pequeña redonda y un sillón Berger, para la lectura. Cuando llegó al vestidor y al baño principal, la decisión estaba tomada. Ese departamento sería suyo, de alguna manera, en algún momento.

Volvió sus pasos a la cocina, y encontró a Mary jugando con su teléfono. Levantó la vista y le preguntó:

—¿Y? ¿Cómo lo ves?

—Ay Mary, es perfecto —dijo dejándose caer en el sillón.

—Me imagino que ya sabes qué vas a poner y en dónde, ¿verdad?

—Mary Sanders, no podrías tener más razón —repuso haciendo una teatral reverencia.

—Bien, ¿y ahora qué hacemos?

—Llamo a mi madre para avisarle que llegamos bien, y vamos por el almuerzo hasta que sea la hora del partido.

—Perfecto, también voy a llamar a casa.

[1] "¡Correcto! Quiébrame, tienes una cara bonita / Vamos a tu casa Y ahora tienes que asustarme / grita tan fuerte, consiguiendo una puta encamada / ¿Quieres que me quede, pero tengo que hacer mi camino "

[2] "Oye, eres perra loca. Pero me lo haces tan bien, lo estoy montando / Cuando sueño, te lo estoy haciendo toda la noche / Los rasguños van hacia abajo en mi espalda para mantenerme en el camino correcto"

[3] “Vive fácil, ama libremente / Abono en un paseo de una sola mano / no preguntes nada, déjame ser tomando todo a mi paso / No necesita razón no necesitan rima / No es nada que yo prefiera hacer

vamos bajando a la fiesta / Mis amigos van a estar allí también / Estoy en la carretera al infierno

En la carretera al infierno / Autopista al infierno / Estoy en la carretera al infierno”


Continuará...


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