Damasco - Capítulo 3
—¡Y después dicen que la
vida no es una fiesta! —hablaba para él solo, mientras observaba a Emma
conversar con el resto del grupo en el buffet.
Tomaba pequeños sorbos de café, de a ratos mareaba la cucharilla en un
movimiento mecánico, seguro todavía estaría muy caliente, y volteaba su cabeza
a un lado y al otro participando de al menos dos conversaciones distintas.
¿Cómo diablos las mujeres
pueden hacer eso? Se preguntaba en silencio.
Bueno... para ser honestos ella podía hacer eso y mucho más... eran
tan capaz... tan brillante...
¡No vayas por allí! ¡No
vayas por allí! Capaz que si lo repito lo suficiente hasta me lo creo. Suspiró levemente
mientras corría la mano izquierda por su pelo revuelto y removía el contenido
de la taza con la otra haciéndolo ondear.
Sus compañeros de mesa conversaban animadamente, pero las palabras le
llegaban como distorsionadas, todo el maldito paisaje estaba nublado, lo único
nítido y que destacaba por sobre todas las cosas, era su cara. Esa misma que no
había podido borrar de su cabeza en todo el domingo. Esa misma que le cortaba
la respiración, cuando la recordaba sonriente al bailar envuelta en sus brazos.
¡Si sigo aquí voy a
volverme loco! Se repetía una y otra vez.
Emma tomaba con ambas manos su taza alta de café, sus dedos
entrelazados por el frente, los codos apoyados sobre la mesa y su pequeña nariz
asomaba por entre medio de las volutas de vapor.
Algo dijeron... y sus ojos brillaron aún más, ladeó la cabeza y se rio
suavemente...
¡Mierda! tengo que salir
de aquí, pero ¡ya!
Darío dejó su café sin beber en la mesa, tomó su teléfono móvil al
tiempo que se ponía de pie torpemente, fracasando en el intento de parecer muy
casual, se calzó la mochila en el hombro y sin meditar dos veces sus palabras
dijo:
—Chicos, lo siento… yo... tengo que irme… nos vemos luego… ¿Ok?
—¿Qué pasó Da? ¿Todo bien? —Fernando estaba confundido. Toda la mañana
su amigo había estado como ausente. Completamente abstraído en sus
pensamientos.
—Sí, sí, solo tengo cosas que hacer —Palmeó el hombro de Fernando en su camino de salida y se fue muy
concentrado midiendo cada paso, para asegurarse de no salir corriendo.
Emma apoyó la taza y los antebrazos en la mesa, y lo miró marcharse
con los ojos achinados y su boca algo fruncida. Cuando Darío se perdió de vista
volvió sus ojos a Fernando.
—¡A mí ni me mires! no tengo idea qué le pasa, estuvo así toda la
mañana.
***
Darío llegó a su departamento con un humor de perros, su cabeza giraba
en círculos tan rápidos que estaba mareado, con todos los momentos compartidos
durante los últimos tres años y medio con Emma. Cuándo todo se desbarrancó, era
un misterio.
Ahora todos esos recuerdos se veían diferentes, el rostro de Emma y su
luz resplandecía en todos ellos, como si fuera otra persona, y no la niña dulce
que conoció alguna vez, que tanto le recordaba a su hermana.
¡Já! Ya quisieras… se mofaba de sí mismo.
Se acercó a la mesada de la cocina, tomó el tarro del café y volcó unas
cucharadas en la cafetera, la encendió y deshizo el camino rumbo a su
dormitorio para desvestirse y tomar una larga ducha. Ya desnudo, se acercó al
escritorio y encendió el ordenador.
Mala idea, muy mala idea.
El fondo de pantalla se activó, y vio en primerísimo primer plano la
sonrisa de Emma con los brazos en alto sujetando los remos, mientras recorrían
los rápidos de Mendoza en una excursión durante las últimas vacaciones que
pasaron todos juntos, porque por supuesto en la foto había seis amigos más, el
instructor y él mismo, pero quién diablos podía ver todo eso.
Él, seguro que no.
¡Dios necesito una
ducha... fría! Y la necesito ahora —meneó la cabeza de un lado al otro tratando inútilmente de aclarar sus
ideas.
Salió de debajo del agua cuando sus dedos de manos y pies eran casi
uvas pasas. Se envolvió la cintura en la toalla negra enorme que colgaba de la
pared, y se escurrió el agua de su cabello con otra más pequeña, negra también.
Se peinó con los dedos, y dejó la toalla descansando sobre el
lavatorio. Caminó despacio hasta la cocina, quizás la cafeína despertara a su
cerebro del letargo en el que se encontraba.
Ya cambiado con un jean con botones, una remera blanca escote en V y
descalzo, fue a organizar su tarde.
Sheldon amigo, dame una
mano aquí, ¿ok? Pensaba mientras colocaba la taza sobre la mesada de granito.
Lo primero de todo, llamar a la oficina, no estaba en condición mental
ni de jugar al tres en línea, después buscaría con qué entretenerse lo
suficiente como para dejar de pensar, o al menos de pensar en otra cosa.
Se sentó en el sofá, subió los pies y los cruzó sobre sus tobillos,
puso música en su reproductor con el mando a distancia, y abrió el ordenador
sobre su falda.
¡153 mails! WOW… ¿están
jugando carrera o qué? Rodando los ojos se dispuso a revisarlos uno por uno, eso le llevaría
un rato. ¿No?
Para su desgracia, la mayoría eran notificaciones sin importancia, las
descartó de inmediato, hasta que un mail en particular llamó su atención.
Cada tres meses recibía información de los negocios familiares en
Damasco, de su tío Hakim, que velaba por la parte de su padre y por la suya
propia, aun así, insistía en compartir la información importante en forma
periódica, y como a Jakim no le interesaba de momento, los mails llegaban a su
casilla. Ese informe había llegado el mes pasado, antes de la fiesta de
aniversario de sus padres.
¿Qué tienes para mí, tío? A medida leía su cara se
contorsionaba pasando por varios de los estados de ánimo que conocía. Alegría
por tener noticias de su padrino, curiosidad por la propuesta, algo de tristeza
porque no vería a sus padres en un tiempo, y una angustia desesperante porque
tendría que dejar la carrera hasta su regreso. Solo por eso. La idea que ese
sentimiento fuera porque no estaría con Emma en calidad de nada, era total y
absolutamente descabellada. ¿No? Sí, claro.
“¡Hola Padrino! Qué bueno
tener noticias tuyas tan pronto.
Me gusta tu propuesta,
por favor envíame más información, así coordinamos los detalles.
Mamá y papá van a estar
muy contentos que podamos compartir unos días juntos.
Te quiero, y te mando un
abrazo.
D”
Durante una buena parte de la tarde se entretuvo escuchando música,
comprando artículos que no necesitaba por internet y algunos libros. Miró por
quinta vez “Star Trek: Into the Darkness”, ya estaba cayendo en los
pensamientos torturantes de nuevo, cuando fue salvado por la campana. Bueno casi.
Escuchó el timbre del portero eléctrico y se sorprendió. ¿Quién podría
ser un lunes a las 6 de la tarde? ¡Qué no
sea Emma por Dios! ¡Qué no sea Emma!
—¿Quién es? —preguntó con los ojos cerrados en muda plegaria.
—Cyro.
—Sube —y acto seguido le dio
acceso al edificio.
Cuando Cyro salió del ascensor la puerta del departamento de su
hermano estaba abierta. Al pasar el umbral, lo vio en la cocina preparando un
par de tazas de café con la cara más atribulada que lo había visto jamás. Cerró
despacio y dejó su mochila en la mesa auxiliar al lado de la puerta de entrada.
Se fundieron en un abrazo como cada vez que se veían. Cada uno llevó
su taza de café a la sala y se sentaron enfrentados.
—¿Qué haces por acá hermanito? —preguntó Darío con tono casual como si
nada pasara.
—Mamá y Malie compraron algunas cosas y vine a buscarlas hoy temprano,
y pasé a saludarte. Por esa cara veo que quién no está del todo bien eres tú,
¿qué pasa?
—Nada, solo me dolía la cabeza y no fui a la oficina hoy —replicó con cara de
circunstancia.
—Ajá. Y yo soy Popeye el Marino —replicó sarcásticamente Cyro enarcando una ceja.
—¿Qué quieres que te diga?
—No sé… ¿la verdad?, vamos Da… estás hablando conmigo.
Darío se levantó del sillón y empezó a caminar alrededor del salón.
Para Cyro, era hasta divertido de ver. Su hermano, su hermano mayor, estaba
desconcertado con algo por primera vez en su vida, no había otra explicación, y
por la cantidad de vueltas que estaba dando, además de perforar el entarugado del
piso, la cosa era seria.
—Me escribió tío Hakim —comenzó por el menor de los problemas—, van a
presentar un curso de Especialización de Contabilidad, Auditoría y Tributación
Internacionales en New York, él va a asistir a la semana inicial de conferencias
y le pareció que podía interesarme como corolario de mi título en ComEx.
—¡Es genial! —Cyro pensaba que era algo realmente grave, y mira por
dónde, era solo un curso.
—Sí, es… genial. Son solo dos meses. Comienza en agosto. Me va a
enviar la información por correo esta semana, la empresa por supuesto corre con
todos los gastos, solo vacaciones y aprendizajes para nosotros —y sus ojos se llenaron de
tristeza e incertidumbre. Cyro se alarmó.
—Y… ¿qué más? —Algo no le cuadraba al menor de los Azán.
Darío lo miró sin responder y fue por una botella de agua helada. La
quemazón que sentía en el pecho debería de poder aplacarse con un poco de agua
fría.
La destapó, bebió la mitad del contenido de una vez, y se sentó frente
a su hermano. Las piernas separadas, los codos en las rodillas, con las manos
se sujetaba la cabeza que caía hacia adelante en franca derrota. Cyro lo miraba
en silencio.
Tomó una gran bocanada de aire, junto con un poco más de coraje.
Estaba por poner en palabras sus sentimientos, lo cual no sería grave, si no
fuera que tomarían consistencia al hacerlo. Si lo decía, si lo compartía, todo
su infierno mental iba a ser real, y no solo producto de una imaginación
desbocada, como estaba desde hacía casi 48 horas tratando inútilmente de auto
convencerse.
Alzó los ojos y exhaló:
—Emma.
—¿Qué pasa con Emma? —la sorpresa anuló cualquier otro pensamiento.
—Todo. Todo me pasa con Emma, por Emma, elige lo que más te guste —agregó rápido y casi
furioso. No estaba acostumbrado a ese desborde de sentimientos, no lo podía
manejar y eso era inadmisible.
—No entiendo —dijo Cyro a la vez que se encogía de hombros—. ¿Cuál es
el problema con eso?
Darío perdió la poca compostura que le quedaba, toda la ansiedad
acumulada, la falta de sueño, y la inseguridad que lo embargaban, encontraron
su medio de escape.
—¿Qué cuál es el problema con eso? —bramó poniéndose de pie y
tirándose de los cabellos hacia arriba—. El maldito problema es que no se lo
puedo decir, no lo puede saber, porque no le pasa lo mismo que a mí. Porque no
voy arruinar lo que tengo por lo que no sé si podré tener. Porque durante años
la vi como a mi hermana, y ella a mí igual. Y resulta que ya no es así. Porque
no puedo pensar, no puedo dormir, no puedo tenerla cerca porque me descontrola,
y no puedo alejarme porque siento que me ahogo. ¡Ese es el maldito problema!
***
“Las Gardenias” era ese mágico lugar donde muchos de los sueños se
hacen realidad. Inés y Emma se dedicaban de corazón para que todo aquel que las
visitara, viera, viviera y sintiera de ese modo. Imposible no lograrlo cuando
traspasar la puerta de la tienda, era ingresar literalmente al paraíso. O al
menos a un pedacito de él. La disposición de las flores, la luminosidad del
espacio, la ambientación, la combinación de aromas y colores, sumado a la
atención personalizada de Inés y sus dos asistentes, hacían de ese, un lugar
realmente especial.
Emma disfrutaba mucho de su tiempo libre, fuera de la Universidad en
ese hermoso espacio. Aparte de su casa, era su refugio, donde soñaba, donde
podía conectar con su interior y crear. Su magia se llevaba a cabo fuera de los
ojos curiosos del público. Ella era quien se ocupaba del diseño tras el nombre,
los ramos que se exhibían en el local eran su creación, cada uno en su jarrón,
decorados con moños de cintas y tarjetas especiales para cada ramo, presentadas
vacías para la dedicatoria oportuna. También era quien preparaba los ramos de
novias, no tomaban muchos pedidos, por falta de tiempo, pero era de las tareas
que más disfrutaba. Cada novia era única y especial, como el ramo que la
acompañaba.
Ese lunes por la tarde, después de la fiesta de aniversario de los
padres de Darío, estaba diseñando y preparando la muestra de los centros de
mesa de la boda de Catalina; su mente no dejaba de divagar en todo lo ocurrido
el fin de semana.
Inés regresó al atelier con dos tazas humeantes de té en las manos y
se detuvo a observar a su hija, apoyada en el borde de la puerta.
Allí estaba su hermosa princesa, con su delantal largo estampado de
flores pequeñas, el cabello recogido en un moño flojo, esos anteojos que no
hacían más que remarcar su chispeante mirada. Se mordía el labio inferior y
ladeaba la cabeza contemplando su obra de arte. Ese grado de concentración solo
lo había visto en Víctor mientras dibujaba el boceto de sus planos. Emma había
heredado tanto de su padre, que tenía la certeza que como arquitecta sería
excepcional.
Pero algo no estaba bien... había insatisfacción en su mirada y se le
hacían unas pequeñas arrugas en su ceño.
Inés la llamó una vez, Emma no escuchó. La llamó de nuevo, mismo
resultado. Imaginó que estaría escuchando música con los audífonos puestos: una
rápida mirada al escritorio le dijo que no: el iPod estaba cargando batería
conectado al ordenador. Se adelantó un par de pasos, y llamó de nuevo:
—Emma…
—Oh, hola mami.
—¿Dónde estabas? —preguntó curiosa, Emma enrojeció repentinamente—. Te
llamé dos veces y no escuchabas. ¿Tomamos té? —y le sonrió suavemente.
—Sí, gracias. Siento no haberte escuchado, estaba con cosas en la
cabeza y como que me fui de aquí
—respondió excusándose,
mientras tomaba la taza que su madre le extendía.
Caminaron tomadas del brazo y salieron al pequeño patio, al que se
accedía desde la oficina y se sentaron en el sillón de ratán de dos cuerpos,
fiel testigo de tantas charlas. Apoyaron las tazas sobre la mesa auxiliar que
se hallaba frente a ellas. En un mismo gesto, como espejos, giraron sus cuerpos
hacia el centro, donde sus miradas se encontraron.
—El centro de mesa de Catalina está precioso —dijo Inés
orgullosamente.
—¿Sí? Mmm… no sé…
—¿Y qué te tiene tan preocupada para que no veas lo bello que es?
—preguntó Inés y sorbió de su taza.
—Es Darío mamá. Está raro, distante.
—¿Qué quiere decir raro?
—Algo le pasa y no sé qué es.
—¿Y por qué no le preguntas? —exclamó abriendo los ojos.
—Es que no he tenido oportunidad, y no puedo evitar preocuparme —y comenzó con su relato—.
El domingo cuando volvimos de Brandsen, no habló en todo el camino y no lo
entiendo, en la fiesta estuvo bien, nos divertimos, hablamos, bailamos, bueno
esa parte ya te la conté.
—Ajá —su madre asintió y dejó
su taza sobre la mesa.
—Cuando nos despertamos con las chicas y bajamos a desayunar, él solo…
no estaba. Amelia me dijo que había salido temprano a cabalgar y que seguro no
tardaba en llegar, pero volvió cerca del mediodía cuando casi nos estábamos por
despedir.
Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos y beber de su té, respiró
hondo buscando las palabras justas. Y continuó:
—Nos saludó como siempre, pero tenía la mirada baja y subió a buscar
su bolso. Hablábamos todos a la vez, ya sabes cómo son esas despedidas, un lío,
pero él se quedó callado.
—Eso sí es raro en él —Inés estaba entre consternada y curiosa, Darío
nunca se comportaba así—, ¿y qué más pasó?
—No mucho más, en el auto volvimos con Fer y Felicitas, los dejamos a
ellos primero, luego me ayudó con mi bolso cuando llegamos a casa y se despidió
rápido diciendo que tenía que trabajar.
—Bueno cielo, quizás estaba preocupado por temas del trabajo…
—Sí, quizás, pero no es común que algo de la oficina lo perturbe
tanto, siempre tiene todo bajo control, sabes cómo es, parecía más como algo
personal, y eso me confunde aún más. En casa de sus papás estuvo genial, en la
fiesta también, pero por la mañana ya no —y bebió de su taza mirando a su madre a los ojos, buscando las
respuestas que por ella misma no era capaz de encontrar.
—Bueno Emma, si no le preguntas no vas a adivinarlo. ¿Por qué no lo
llamas?
—Llamé y le dejé un mensaje, pero no me los respondió.
—Mientras esperas que te responda, ¿vamos por pizza? Y un helado…
—dijo Inés poniéndose de pie.
—¡Noche de chicas! —y salió disparada a los brazos de su madre, se
aferró fuerte y cerró los ojos. Descansando en esos brazos que la acunaron
desde siempre.
—Tranquila Emma… todo va a estar bien cielo, ya verás —acarició sus cabellos y
le besó la cabeza.
—Te quiero mami.
—Y yo a ti cielo. Y yo a ti.
Luego de la cena con su madre habían caminado largo rato, conversando
de todo y nada, Inés era muy consciente de las preocupaciones de su hija y
mientras más lejos estuvieran del tema en cuestión, mejor. Así que la pizza dio
la excusa para el paseo, el paseo, la excusa para el helado, y el frío del
helado para ir por un café. Siempre había motivos para estar juntas y disfrutar
de su mutua compañía.
Cuando al fin retornaron a su hogar, estaban realmente exhaustas.
—Cielo, me voy a dormir. No te acuestes tarde ¿Ok? —y la besó en la
frente como cada noche.
—Seguro mami, me preparo un té y subo. Que descanses.
—Igual tú Emma
—y subió uno a uno los
escalones que la separan de su habitación.
Emma descalzó sus zapatillas y las dejó al pie de la escalera, soltó
su cabello y con pasos lentos se dirigió a la cocina.
¡Se estiró a la alacena superior y sacó su taza blanca con letras en
color fucsia “Bazinga!” y sonrió con tristeza. Darío tenía una igual. Las había
comprado una de esas tardes en que salía con las chicas y no dejaban negocio
sin visitar.
Puso a calentar el agua en la pava eléctrica y eligió un té de entre
los que estaban en la caja de madera con tapa de cristal: Earl Grey Tea.
Bueno Da, estás en todos
lados hoy
dijo en un susurro meneando la cabeza de un lado al otro, introduciendo la
bolsa del té preferido de Darío en su taza.
La pava dio aviso y sirvió el agua, el té reposaba esparciendo su
aroma y color, agregó miel y caminó rumbo a su dormitorio llevándose consigo
las zapatillas.
Se sentó en el centro de su cama y apoyó la taza en su mesa de noche.
El sueño por lo visto, se había ido de paseo por un rato y decidió seguir con
la lectura.
La última vez que fueron a la librería vio ese ejemplar y se enamoró.
Enorme. Las hojas finitas como la seda con sus cantos en color aguamarina, la
tapa negra opaca y dura con sus letras doradas que rezaban:
“The complete
novels of Jane Austen”
Al día siguiente Darío se lo regaló envuelto en un pañuelo de seda;
simplemente encantador. Tan tierno, tan él.
La primera de las novelas del libro, Sense and Sensibility, la había
concluido el viernes pasado antes de la fiesta. Hoy tocaba empezar Pride and
Prejudice. Oh Mr Darcy nos vemos otra
vez, pensó con emoción.
No es que nunca lo hubiera leído, en su iPad estaban esas novelas,
incluso el ejemplar que tenía entre sus manos. Pero en papel, era otra magia,
otro aroma. Con el libro en sus manos se sentía acompañada.
Lo miró nuevamente, respiró hondo y tomó la decisión.
Sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón y marcó. Tras cinco
llamados ingresó al buzón de voz. Con resignación buscó el contacto en el
servicio de mensajería instantánea y escribió:
“Hola Da! J Sé que algo no está bien y quiero que sepas que estoy aquí para ti,
como siempre. Nos vemos mañana, ok?
loveU”
Dio enviar y se quedó varios minutos mirando fijamente el aparato.
Quizás si lo miraba lo suficiente, reaccionaría de alguna manera. No que va,
eso solo funciona con los camareros.
Hizo su camino hasta la ducha como cada noche, y una vez seco su
cabello se vistió con su pijama de franela gris y rojo. Se calzó las medias y
se cubrió con las sábanas y las mantas. Tomó su libro y los anteojos, y comenzó
con la lectura.
***
A diez cuadras de allí, el panorama era bastante similar.
Darío estaba en su cama, con el iPad en su mano, la pantalla mostraba
la cubierta del último libro que compró esa tarde en e-books. “Written in the
Scars” de Josh Grin.
El teléfono vibró con el tono de llamada entrante y el rostro de Emma.
Lo miró fijamente mientras sonaba solitario y se perdía la llamada en el buzón.
Cerró sus ojos con fuerza.
—Si cierro los ojos muy fuerte, capaz desaparezco —musitó esperanzado.
Pero el alivio duró muy poco, un mensaje llamó su atención.
Se estiró los cabellos hacia arriba: voy a quedarme pelado muy pronto dijo con burla en su voz y una
sonrisa leve en sus labios. Sonrisa que se desvaneció al leer el mensaje.
Dios… Emma… arrojó el teléfono sobre
la cama, el iPad lo siguió, y exhaló fastidiado consigo mismo, con el mundo,
con la vida. Giró su cuerpo y abrazó a la almohada, rogando encontrar una
solución.
Y así, con el corazón apretado y una plegaria gritando en su alma, se
durmió.
La noche trajo con ella un nuevo día y con él un rayo de esperanza.
Los acordes de Buried Alive sonaban alejando la bruma que lo envolvía.
No era muy fanático de la banda, pero ese Solo de Gates era épico, imposible no
apreciar la belleza de la composición. Despertar le tomaba solo unos segundos
normalmente. ¿Hoy? Los segundos caminaban en cámara lenta arrastrándose hasta
morir en cada minuto. Todo él, de hecho.
Pocas veces había escuchado la canción completa, demoró tanto en salir
de la cama que tuvo su oportunidad y parecía que estaba escrita para él. Porque
de ese modo se sentía, enterrado vivo. Con su mente aturdida logró callar el
aparato que gemía sin control.
“…Take the time just to listen
When the voices screaming are
Much too loud
Take a look in the distance
Try and see it all…”
El sol de la mañana y una larga ducha, trajeron su cuota de lucidez: si no puedes resolver un problema, toma
distancia era su mantra. Aceptaría el viaje que Hakim le proponía, era la
única manera de poder siquiera pensar en las posibilidades que tenía. El
problema eran las semanas que faltaban hasta agosto. Gracias al cielo, se
acercaban las fechas de los exámenes y era muy bueno tener en qué entretenerse.
Se vistió en forma automática, y bajó por su primer café del día, con
el estómago anudado. Sabía que le debía una explicación a Emma, pero ¿Qué le
diría?
El corazón comenzó a latirle fuerte, solo de pensar que estaba a
minutos de verla, Dios ¿Cómo voy a
mirarla a los ojos? Y recordó la táctica que utilizó con Cyro, fracasó
estrepitosamente, pero esta vez podría funcionar. Omitir no es mentir, ¿no?
Dejó la taza en el lavavajillas, apagó la cafetera y salió presuroso a
la estación de subtes, tenía que llegar primero que Emma, para que no lo
esperara sola en el andén.
Las cinco cuadras pasaron en un borrón fugaz de su mente, en un
segundo estaba cerrando las puertas de su edificio y al siguiente estaba
bajando las escaleras a la estación José Hernández.
Pasó los molinetes, tomó la escalera mecánica una vez más, y llegó al
andén. Se quedó muy quieto, esperando. Su vista estaba fija en los últimos
escalones que llegaban y se perdían en el suelo. Esperando.
Lo primero que reconoció fueron sus botas marrones, que llegaban hasta
sus rodillas, los jeans dentro de las botas. Luego fue el turno del sweater y
del abrigo, sus manos abrazaban las Carpetsas con guantes de lana. Su mochila
también apareció.
Y luego el eclipse.
Toda luz existente palideció en su presencia. Su cabello suelto que
apenas pasaba los hombros, su gorro de lana enfundado hasta las orejas, y el
brillo de sus ojos tras los cristales. Su cara seria desapareció detrás de la
sonrisa enorme que le dedicó. Solo para él. Como cada mañana.
Si el tiempo venía caminando lento, ahora estaba detenido por
completo. Podría jurar que escuchó los pájaros cantar.
Debo haber perdido por
completo la cabeza fue el único pensamiento coherente que su cerebro revuelto pudo
formular, se quedó mudo, solo mirándola como avanzaba a su encuentro.
—Buen día, Da. ¿Cómo estás? —dijo Emma con expresión cautelosa. Estaba
curiosa pero no quería entrometerse, por algo no había recibido respuesta en
todo el día. Seguro él necesitaba un poco de espacio, y ella se lo daría.
—Buen día Emma… —y bajó la cabeza para besar su mejilla como cada día.
Y como cada día su perfume lo envolvió, pero esta vez fue doloroso. Quería
respirar ese aroma en vez del aire, y sabía que no era posible—. Aquí estoy… un
poco confundido —la verdad o parte de
ella, era mejor que cualquier excusa tonta.
—Lo siento, es que no quise molestar ayer con mis llamados y mis
mensajes —ella bajó su mirada algo
avergonzada y él se sonrió con ternura—. Tan solo estaba preocupada por ti. No
es común que desaparezcas, así como así.
Darío tomó su barbilla con la punta de sus dedos y alzó su cabeza para
que lo mirara a los ojos, y mientras su corazón recordaba cómo latir, le dijo:
—Lo sé y yo lo siento, no quería preocuparte, pero de verdad que se me
escapó de las manos.
—Ok —y su mirada fue directo a
la punta de sus botas.
—¿Emma?
—Sí…
—Mírame por favor —Emma levantó los ojos y clavó su mirada en él—. No
hiciste nada mal, solo estaba muy aturdido y necesitaba estar solo para pensar.
—¿Puedo hacer algo por ti? Sabes que aquí estoy, que puedes decirme lo
que sea.
—Sí, lo sé
—y tragó en seco. Emma
podría escuchar lo que sea, pero él no se creía capaz de decírselo. Apenas un
problema de semántica.
Pasaron un par de minutos en silencio, en los cuales parecía que una
burbuja los envolvía. Los ruidos de la gente, las conversaciones, el vendedor
de periódicos, eran actores de una película muda. Ninguno de los dos escuchaba
nada, nada que no fuera el ruido aplastante de sus propios pensamientos.
El tren llegó puntual como cada mañana, Darío guio a Emma hasta los
asientos, como era temprano, había asientos libres y se sentaron juntos.
Ella acomodó las Carpetsas sobre su regazo junto a la mochila y se
quitó los guantes.
Él colocó la mochila en el suelo, buscó el teléfono y le extendió el
auricular, cuando sus miradas chocaron, ante la mirada algo triste y preocupada
de Emma, le guiñó un ojo. Bajó su mano a la lista de reproducción y la música
llenó el silencio.
Las cuadras por recorrer hasta la puerta de facultad eran muchas para
hacerlas sin conversar, y hablaron al mismo tiempo:
—Da…
—Em…
Las risas dieron el marco necesario para que las distancias se
acortaran y volvieran a ser, al menos por un rato, Da y Em, conversando de todo
y nada rumbo a clases.
—No recuerdo si se lo dije, había tanto para decir y comentar, pero si
hablas con tu madre dile que la fiesta estuvo preciosa.
—No hablé aún, mis padres se fueron ayer de viaje por unos días de
segunda luna de miel.
—¿Y a dónde se fueron?
—¿Dónde crees?
Emma lo meditó un momento.
—¡¡Tierra del fuego!! —exclamó jubilosa y ante la afirmación
silenciosa agregó—, ¡qué romántico!
—Sí, mi papá se esmeró esta vez.
El silencio parecía querer atraparlos de nuevo, por lo que Darío
decidió que era hora de aclarar algunas cosas.
—Em… con respecto a el domingo y a ayer…
—Sí.
—Recibí un mail de Hakim…
—Cierto, ¿no era que vendría?
—Hizo lo que pudo, pero cuestiones de la empresa lo retuvieron, y te
decía, hay algunos intereses muy particulares y me los comentó ayer. Me falta
algo de información, pero cuando tenga un panorama más claro, voy a estar mejor —Darío era consciente,
que, si bien había dicho algo, en realidad eran más palabras que contenido,
pero hasta que no estuviera todo encaminado, no podría decirle nada a Emma.
—Genial —fue todo lo que pudo
decir después de escuchar tanto y no tener nada en claro. Seguro con el correr
de los días todo se aclaraba. ¿Los días? Probemos con horas.
Durante la primera hora de clase, el profesor dio las fechas de los
exámenes, y sí, tenían unas semanas moviditas, sobre todo Darío, sabía que su
título se atrasaría unos meses, con lo cual todas las materias deberían ser
aprobadas, para dejar pendiente solo el último semestre de la carrera. Pero
como no hay mal que por bien no venga, tener la cabeza metida en los exámenes
lo iba a liberar de pensamientos torturantes. ¿No? Sí, claro.
Su teléfono vibró con un mail entrante. Lo leyó disimuladamente y
sintió que la garganta se le estrangulaba.
Emma lo contemplaba de a ratos, tratando de adivinar qué lo tenía tan
distraído. Evidentemente tenía que ver con Hakim, el mail recibido y la cara
pálida y congestionada de Darío, le daban la razón.
***
Si tomaba una taza más de café, saldría rebotando de allí. Mientras
sus amigos fueron en busca de la señora Estela, decidió revisar el mail.
Se encaminó hacia las mesas del fondo del buffet, entre ansioso y
apesadumbrado, deseaba salir de allí lo más rápido posible, para poder pensar
en todo lo que había pasado en los últimos años, para ajustarse a su nueva
realidad, para descubrir antes de hacer cualquier movimiento si lo suyo era
algo pasajero, no lo creía posible, o si era algo que tuviera futuro, menos
certezas todavía, pero sabía que irse era dejar su corazón herido mortalmente.
Y allí volvió a recitar su mantra Si no
puedes resolver un problema, toma distancia. Siempre había hallado
soluciones con la cabeza fría, esta vez no sería la excepción.
Abrió su cuenta de mail y allí estaba todo lo que necesitaba. Las
fechas, la locación, el alcance del título, las horas de cátedra, la fecha de
los exámenes, la residencia. Las fichas de inscripción para la administración,
la ficha de salud que era necesario completar apenas llegara a New York para
revalidar la inscripción.
Su tío le envió hasta las posibles fechas y horarios de vuelo. No lo
dudó ni por un instante. Si le daba más vueltas, en su estado, podría cometer
una estupidez, como quedarse. Y eso no estaba permitido, ya lo había resuelto.
Era lo único que tenía malditamente claro.
Respondió con el corazón latiéndole en la garganta y dedos
temblorosos:
“Buen día tío, recibí
toda la información, te agradezco muchísimo la celeridad. Por supuesto puedes
contar conmigo, esta noche cuando llegue a casa procedo con la inscripción. Nos
vemos en New York.
¡Un abrazo! D.”
Estaba tan concentrado en la tarea que no se percató cuando la mesa se
llenó de sus amigos y de Emma.
—Hola… tierra llamando a Daríooooo… —se burlaba Fernando.
—Fer… para ya
—cortó Darío, sabía que no
era la mejor respuesta, pero su humor estaba muy volátil esta mañana.
—Okey. No digo nada más
—y rodó sus ojos hacia
arriba.
Emma cambió asiento con Ana, y Darío perdió el hilo de sus
pensamientos.
Ella se sentó muy erguida, con las piernas cruzadas, la mirada al
frente y las manos entrelazadas en el vaso de café.
—¡Hey chico listo! —se le ocurrió que un tono alegre y cómplice podría
sacarlo de su mal humor. No resultó.
—Lo siento, no quise ser tan brusco —y se encogió de hombros.
—No pasa nada y lo sabes, todos tenemos malos días —estiró la barbilla hacia
el teléfono que Darío sostenía en la mano, apoyada sobre la mesa—. ¿Novedades?
—Sí, ya está todo resuelto o casi —y sonrió de costado, con esfuerzo.
Emma lo escuchaba y sus emociones eran confusas. Por un lado, se
sentía aliviada, todo parecía querer resolverse, eso era bueno, sobre todo si
eso devolvía la tranquilidad a su amigo. No le gustaba que se sintiera de ese
modo y no tener manera de ayudarlo o confortarlo. Pero por otro, un par de
alarmas se encendieron en un cabeza, algo no estaba bien, no sabía con
exactitud el motivo, pero lo presentía, y hasta ahora su intuición nunca le
había fallado.
Hicieron su camino al aula en silencio, Emma sabía que tenía que darle
su espacio sin presiones. Darío por su parte estaba más callado que de
costumbre.
¡Mierda! Ahora sí me voy…
y el alivio que supuso
llegaría con una solución concreta a su problema, se extravió en alguna parte,
porque a él no le llegó.
La clase duró lo que una eternidad, o al menos lo parecía. El profesor
repetía hasta el cansancio la explicación, las mismas preguntas, distintas
voces. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido para luego ingresar a un
carrusel que giraba sin cesar, mostrando lo mismo una y otra vez. Dios, estoy en el infierno.
Lo mejor era irse, irse lejos, el tiempo que durara el curso, y si con
eso no alcanzara, un viaje. Sí, un viaje. Que lo mantuviera lejos de la
tentación, lejos de su voz, lejos de su risa, lejos de sus ojos, lejos de su
boca.
¿Cómo era posible que su corazón latiera desesperado como si fueran
timbales para después dejar de latir en lo absoluto? ¿Cómo era posible que no
se hubiera dado cuenta antes? Otro misterio a resolver. Quizás. Con algo de
tiempo. Y por supuesto con distancia.
El timbre del fin de hora sonó y traspasó su cabeza como un rayo. Lo
sacó de su angustiante monólogo interno, para devolverlo a su realidad.
Emma guardaba los cuadernos y apuntes en su mochila. Y la necesidad de
ser lo más honesto posible, dadas las circunstancias, pudo más que sus temores.
También guardó sus pertenencias, y salieron juntos del aula como cada
día. Después de bajar el primer tramo de las escaleras le dijo:
—Emma… —a la vez que corría la mano por sus cabellos alborotados.
—Sí —y sus ojos pardos se
clavaron en sus ojos.
—Tengo un rato antes de ir a la oficina, ¿te parece si vamos por una
hamburguesa? —y ladeó la cabeza, poniendo su ruego en palabras no dichas.
Emma entendió que era el momento, y entonces le dijo:
—Seguro, le envío a mamá un mensaje y listo.
—Genial.
Emma sonrió suavemente y sacó su teléfono del bolsillo del pantalón:
“Hola mami, me voy a
almorzar con Darío.
Cuando salgo para casa te
aviso. Beso”
—Listo ¿Vamos?
—Después de ti
—y al mismo tiempo abría
la puerta de acceso al edificio.
Caminaron las cuadras que los separaban del McDonald, hablando de la
clase del día, por lo visto había sido pesada para todos, y de los exámenes que
se acercaban.
—Fernando y Ana me dijeron que les gustaría estudiar con nosotros
alguna vez ¿Tú que dices? —y sonrió mientras acomodaba su mechón de cabello
rebelde detrás de la oreja.
—Me parece bien, podríamos empezar este fin de semana. Las fechas
están muy justas y tenemos mucho material. Si lo repartimos llegamos con todo.
—¡Ok! Más tarde los llamo y les aviso —le respondió mientras ingresaban al local.
—¿Quieres sentarte mientras voy por el almuerzo? —extendió la mano
hacia un box que se hallaba vacío.
—¡Da! —protestó Emma como cada vez que salían a algún lado.
—Ni una palabra… yo invité
—replicó veloz.
—Y cuando no invitas también… —Emma rodó los ojos— no se puede
contigo.
—¿Ves? Al menos ya lo tienes claro —dijo divertido— ¿Pollo o carne?
—Mmmm… Pollo y ensalada en vez de papas.
—Ok —y siguió su camino a la
línea de cajas, solo después que ella se acomodó en los asientos.
Darío esperó el pedido, agregó los condimentos, muchas servilletas y
los sorbetes. Acomodó la mochila en su hombro izquierdo, con una mano sostuvo
la correa, y con la otra llevó en perfecto equilibrio la bandeja del almuerzo
para los dos.
La apoyó en la mesa, mientras Emma cubría de servilletas su sector; no
le gustaba comer de la bandeja; y distribuía las cajas y vasos a la vez que
colocaba los sorbetes en su lugar. En un abrir y cerrar de ojos, estaban listos
para comenzar el almuerzo.
Darío se sentó en su lado del box, dejando la mochila a un costado.
Sus piernas largas llegaban del otro lado de la mesa, pero como ya sabían eso,
abiertas quedaban por fuera de las de Emma, que solía sentarse con las piernas
juntas y los tobillos cruzados.
Por supuesto a pesar de pedir ensalada, Emma robaba papas de su
comida, y nunca ese gesto tan familiar y cotidiano le pareció más adorable.
En medio de la hamburguesa tomó el coraje suficiente para hablar de lo
importante, inspiró hondo un par de veces, un poco para calmar la ansiedad, y
otro poco para encontrar las palabras adecuadas, si es que las había.
—Hoy te dije que todo se estaba solucionando —y bebió de su gaseosa en
busca de inspiración—. Bueno esa solución tiene que ver con Hakim.
—Ajá ¿Pasa algo con tus papás? No entiendo… —Emma estaba cada vez más
confundida.
—Bueno, es… tengo la oportunidad de realizar un curso de
Especialización de Contabilidad, Auditoría y Tributación Internacionales por
dos meses en New York, Hakim iría para las conferencias iniciales, algo así
como una semana, después me quedaría solo allí hasta finalizar el curso. Me es
útil como cierre y complemento a ComEx —dijo todo junto y de una vez, porque si se le iba la inercia no sería
capaz de retomar.
Emma había dejado su hamburguesa sobre la servilleta y le sostenía la
mirada casi sin pestañear siquiera. El corazón se le arrugó. Un poco más.
—Pero ahora están los exámenes… ¿cuándo te vas?
—En agosto. Me voy en agosto, después de rendir los exámenes finales
de las materias de este cuatrimestre.
—¿Y el cuatrimestre próximo? —a Emma parecía que solo se le ocurrían
todos los motivos por los que no se podía ir.
—Lo dejaré pendiente para el año que viene. Este curso es importante y
probablemente no lo repitan en algún tiempo. No puedo perderlo —y por dentro gritaba: No puedo quedarme.
—Entiendo —dijo Emma bajando la
cabeza y mirando su hamburguesa a medio comer y perdiendo totalmente el
apetito.
—¡Hey! —Darío tomó su barbilla e hizo que lo mirara a los ojos—. ¿Por
qué esa carita? Son solo dos meses.
—Sí, claro, tienes razón. Es que…
—Es que… —estaba destrozado por verla así, pero lo peor era no saber
si a pesar de todo, el sacrificio iba a ser suficiente.
—No me hagas caso estoy muy segura que será bueno para ti… —hablaba
rápido como para poner una veracidad que no sentía a las palabras.
—Emma…
—Es que… voy a extrañarte mucho. Formas parte de mi vida, a diario, y
ya no vas a estar, y yo no sé qué voy a hacer… —y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
Si algo quedaba en su interior sin romperse, ver a Emma llorar decretó
su final. Se levantó presuroso y se sentó junto a ella. Pasó sus brazos por sus
hombros y espalda y la acercó contra sí en un abrazo. Delicado como los sentimientos
que despertaban las lágrimas corriendo por sus mejillas. Fuerte como el amor
que sentía y no debía demostrar. Besó su cabeza una y mil veces, con un nudo en
la garganta, incapaz de pronunciar palabras, pero intentando demostrar de esa
manera cuánto la amaba. Respiró el aroma de sus cabellos, para más tarde
recordar el olor a hogar.
Continuará...
Adquiere la novela en Amazon o lee gratis en #KindleUnlimited Aquí
0 comentarios