Damasco - Capítulo 2



Darío encontró en la amistad de Emma, la sensación de hogar que le faltaba. Era su amiga, su confidente, su hermana casi por adopción. Con ella se sentía contenido. Nunca le había pasado con anterioridad, tenía a sus hermanos y primos, amigos del colegio, de la facultad, sin embargo, con Emma todo era especial. Porque ella lo era. En poco tiempo la conoció muy bien, y lo atribuía a su forma abierta y honesta de ser.

Era un ser absolutamente transparente, sin malicia, que siempre buscaba la bondad en todos los actos de la vida. Siempre una sonrisa, una palabra de aliento, la ayuda sincera sin pedir nada a cambio. Ella era sinónimo de luz.

Y Emma por su lado, descubrió en él un hombre fuerte y un hombro atento. Eran tan parecidos en tantas cosas, tan distintas en otras. Él era tan práctico y ordenado, tan lógico. Y ella tan soñadora.

El viaje en subte de aquel primer viernes, se volvió una actividad común para ellos, ya no para volver a casa, sino para ir a clases. Como vivían cerca, pero hacia lados opuestos de la estación, se encontraban en el andén y todas las mañanas viajaban juntos. Escuchaban música o conversaban, siempre había algo que compartir. A Emma le sorprendía lo ecléctico del gusto musical de su compañero de viaje, como en algunos casos diferían, decidieron que escucharían un día cada uno la música del otro. Según quién llegara primero y tuviera que esperar al otro.

Y parecía que iba a funcionar, hasta que después de una semana, solo escuchaban la música del iPod de Darío, que siempre, llegaba más temprano.

—Buen día madrugador —dijo Emma sorprendida, acercándose a quien frustró sus planes y dándole un beso en la mejilla, cuando llegó diez minutos antes de la hora prevista y se encontró con Darío en el andén.

—Buen día remolona —rio él, mientras dejaba que su perfume lo envolviera, y lo transportara al paraíso de su hogar.

—No soy remolona —replicó ella con un intento de entrecejo fruncido que sacaba más sonrisas que temores—. Solo que siempre llegas demasiado temprano —repuso en tono casi serio.

—Llego temprano, porque sabía que en algún momento ibas a querer ganarme, y no quiero que estés sola aquí abajo —respondió él con una sonrisa leve.

Ver las intenciones detrás del juego, entibió el corazón de Emma, y dejó de sentirse frustrada para sentirse cuidada.


***

Un lunes de mayo el invierno decidió hacerse presente. Emma se despertó mucho antes de que suene su alarma para levantarse, con el ruido ensordecedor de los truenos y temblando como una hoja, la tormenta era terrible; los relámpagos furiosos y el frío le hacían castañetear los dientes. Desde siempre le había temido a las tormentas, no lo podía evitar, no había razones lógicas, las tormentas le daban pánico.

Se quedó en su cama, tapada hasta las orejas con su cobertor, subió la temperatura del ambiente con el control remoto y allí se escondió, a la espera de que la lluvia pronto pasara.

Pero la lluvia tenía otros planes y como era muy amiga del invierno por lo visto, no quería irse. Emma espiaba de reojo el reloj sobre su mesita de noche y contemplaba minuto a minuto como se acercaba veloz, la hora de levantarse e ir a clases.

¡Dios! Salir de casa con esta tormenta… ¿por qué? ¿Por qué? —pensaba Emma desde su escondite. Faltar era impensable, era día de entrega del primer Trabajo Práctico.

Su angustia del momento fue interrumpida por la música de Adele, al son de “Rolling in the Deep”, su tono de llamada entrante.



“There’s a fire starting in my heart

Reaching a fever pitch,

It’s bringing me out the dark

Finally I can see you crystal clear

Go head and sell me out and I'll lay your shit bare”


Apenas estiró la mano fuera de la cama para tomar la llamada. Su cara dibujó una sonrisa cuando vio quién llamaba.

—¡Buen día bella durmiente! ¿Ya levantada? —preguntó Darío desde la comodidad de su cocina mientras se servía la segunda taza de café del día.

—Hola, buen día. Aquí estoy, juntando coraje. ¿Y tú? —respondió sumándose a su buen humor mañanero.

—Ya casi listo. ¿Te parece bien que te pase a buscar en treinta minutos?

—¿Me vas a pasar a buscar? —Emma no entendía nada.

—Sí, claro, está lloviendo como si fuera la última vez, tenemos varias cuadras antes y después del subte. Pensé que era mejor que fuéramos en el auto. ¿Qué dices? ¿En media hora está bien?

—¡Eres un sol! ¿Lo sabías? —rio divertida.

—Jaja…no soy un sol, solo tengo memoria, alguna vez me dijiste de tus miedos a las tormentas y hoy cuando desperté, lo recordé.

—¡Me parece perfecto! ¿Me llamas cuando estás en la puerta y salgo?

—Ok. Beso.

—Beso.

Y salió disparada al baño para comenzar la semana.

Treinta minutos más tarde, ya había saludado a Inés que todavía estaba en la cama, y se encontraba colocándose su piloto, la bufanda y los guantes, cuando el teléfono vibró con la llamada entrante. Cursó la llamada y escuchó:

—Señorita, su carroza la espera.

—¡Ay por Dios! Estás de remate —y en medio de las risas, salió de su casa.


***

Durante los primeros años habían coincidido en casi todas las materias, las veces que no cursaban juntos era por cambio de cátedra y no por elección. Juntos estudiaban, hacían compras, iban al cine. El grupo de amigos de la Facultad no era muy numeroso, pero era surtido. Y reinaba entre ellos una gran camaradería.

Uno de esos domingos de solo hombres, asado y fútbol en casa de los papás de Martín, el grupo de varones lo arrinconó:

—¡Dale Da! ¿Qué pasa con Emma? —preguntó Fernando.

—¿Con Emma? Nada ¿Por? —se encogió de hombros sin entender la pregunta.

—No sé… van y vienen juntos, estudian juntos, salen juntos, van de tus viejos juntos… ¿estás seguro que no pasa nada? —dijo Martín enarcando su ceja con gesto incrédulo.

—¡De verdad! A ver repasemos: vivimos a diez cuadras uno del otro con la estación a mitad de camino, estudiamos en el mismo edificio, casi las mismas materias a la misma hora. Obvio que vamos juntos, sería así, aunque no quisiéramos…

—Pero quieren… —interrumpió Fernando.

—¡Seguro! Somos amigos. A-mi-gos. No es tan difícil de entender, ¿no?

—¿La miraste bien? —atacó Ezequiel, el hermano menor de Martín. Y siguió—: La vez que vinieron las chicas con ustedes, no le pude sacar los ojos de encima…

—Sí Equi, la conozco bien. Es mi amiga, no se me ocurriría tener nada con Emma, no sé… creo que no la veo así —le explicó con el tono que se utiliza con los niños pequeños.

—Bueno… yo sí —dijo Ezequiel y fue a la cocina por otra botella de agua.

—Suficiente por hoy chusmas… ¿vamos por otro partido? —Cambió de tema Darío, sintiéndose algo incómodo y sin saber el porqué. En respuesta, todos se levantaron del suelo y fueron trotando a la improvisada cancha, que marcaba los arcos con los bolsos en el pasto.


***

No todos los fines de semana salían juntos o con amigos en común, pero si no se veían seguro hablaban o chateaban. Siempre estaban en contacto.

Un sábado de octubre por la tarde, despatarrado en el sillón y descalzo, mirando sin ver el televisor, Darío empezó a pensar en sus próximas vacaciones de verano. Una de las mejores partes de todo el asunto era planearlas.

Opciones meditó, y comenzó a enumerar con la mano izquierda mientras tamborileaba los dedos de la mano derecha.


(Dedo pulgar) Brandsen.

(Dedo índice) Playa.

(Dedo mayor) Montaña.

(Dedo anular) Solo.

(Dedo meñique) Acompañado.


Campo no. Al campo iba durante el año, todas las veces que podía, extrañaba vivir con la familia, pero un poco de aventura no le vendría mal.

¿Playa?

¿Montaña? Mmmmm... ¡Siguiente por favor! ¡Gracias!

Solo, definitivamente no.

Eso nos deja acompañados.

Hora de pedir refuerzos.


Fue hasta la cocina, arrastrando un poco los pies, con ese andar remolón y cadencioso que tenía cuando estaba tranquilo y relajado en su casa, sacó de la alacena superior la taza enorme de color blanco con letras negras que le había regalado Emma, cuya inscripción decía “¡Bazinga!”, la apoyó en la mesada, la colmó de café y siguió hasta su dormitorio. Se sentó en la cama, con la espalda apoyada en el cabezal, dejó un pie en el suelo, el otro lo subió sobre el acolchado. Sacó su teléfono del bolsillo delantero del jean y llamó a la única persona que lo podía ayudar en ese momento.

Marcó el número de Emma, sonó varias veces hasta que la llamada se desvió al buzón. Cortó sin dejar mensaje y llamó de nuevo.

Y al segundo timbre…

—¡Hola Da! —canturreó Emma. Parecía como que cada vez que hablaba, lo hacía mientras sonreía.

—Hola Emma… ¿estás ocupada? Te llamo más tarde…

—No, estaba justo poniendo unas galletas de nuez en el horno. ¿Cómo estás? —respondió sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro, al tiempo que colgaba la manopla en la pared.

—Todo bien… estaba pensando en las vacaciones y se me ocurrió que… bueno… podríamos ir… pero no sabía si preferirías playa o montaña… ¿qué piensas?

—Ajá… —asintió Emma y pensó: ¿nosotros de vacaciones?

—Sonó raro… me refería a ir en grupo… con todos los chicos, seríamos Ana, Clara, Felicitas la hermana de Fernando, Fernando, Martín, Equi, tú y yo —y se quedó expectante. No se le ocurrió pensar que todo lo estaba haciendo para no dejar de verla por tan solo quince días.

Al fin y al cabo, los amigos hacen cosas juntos y el plan era para el grupo. ¿No?

—¿Y los demás que opinan?

—Ehh… no sé… se me ocurrió recién y estoy en búsqueda de adeptos.

—Me parece genial que salgamos todos, y si hay que elegir y va por votación súmame a montaña… en ese caso ¿A dónde se le ocurrió que podríamos ir a mi agente de viajes preferido?

Darío estalló en risas con semejante ocurrencia. Con Emma todo era tan sencillo.

—Mmmm… ¿Mendoza? Ya conozco el sur y tengo pendiente el Aconcagua.

—¡Genial! ¿Quieres que llame a las chicas por ti?

—¡Perfecto!


***

Otro abril daba comienzo y con ello, el cuarto año de la carrera. ¡Dios! Cómo volaba el tiempo…

Ni cuando estaba estudiando Comercio Exterior o cursando materias extras el tiempo pasaba con tanta rapidez, pero ahora en cambio, todo era diferente.

Las clases eran amenas, los profesores muy capaces, sus compañeros pasaron a ser sus amigos, eran un grupo de ocho bastante surtido y sobre todo divertido.

Las últimas vacaciones en Mendoza habían sido preciosas, los mejores quince días del verano. Y disfrutó como nunca su breve estadía en el campo: en viaje de vuelta a Buenos Aires, habían parado a saludar con sus amigos, a sus padres en Brandsen. La visita que tenían organizada para unas tres horas, les llevó siete días. Su madre estaba en la gloria, tenía la casa llena de jóvenes felices, todos sus hijos bajo el mismo techo. Los amigos de Darío ya la habían adoptado de segunda mamá: era imposible que Amelia estuviera más feliz. Después de años de conocerlos, cuidaba a todos y cada uno como propios.

Malie encontró amistad y complicidad con el grupo de las chicas, y Jakim, su padre, se divertía a la par de Cyro y los demás chicos. De dónde sacaba tantas energías su esposo para corretear todo el día, era un misterio que Amelia intentaba vanamente descifrar.

Mientras preparaban la mesa para la cena del último día en Brandsen, y Amelia pasaba las fuentes de ensaladas a las chicas, le comentó a Darío:

—Cielo, sabes que tu padre y yo estamos organizando la fiesta de nuestro aniversario de bodas de plata… —miró a su hijo mayor a los ojos.

—Sí mamá… —replicó volviendo sus ojos hacia arriba— Malie no para de hablar de eso. Me va a volver loco —exclamó llevándose una mano a cintura y con la otra revolviéndose el pelo.

—Bueno, solo quería que me confirmaras cuántos de los chicos van a venir.

—¿Van a hacerlo aquí? —se sorprendió ante la posibilidad de que la fiesta se hiciera en el campo.

—Aquí es nuestro hogar, nacieron nuestros hijos, y este es nuestro lugar ¿Cuál otro sería mejor? —tomando la cara de su hijo entre las manos y rozando sus narices con ese gesto tierno que le hacía desde siempre.

Darío abrazó fuerte a su madre, conmovido como siempre que la veía, amaba a esa mujer y nada de lo que hiciera o dijera, le parecía suficiente para demostrárselo. Le besó dulcemente la cabeza. Y allí se quedó unos minutos, con su mejilla contra su coronilla y apretándola fuerte contra su pecho, todavía no se iba y ya la extrañaba.

—Es verdad, no hay mejor lugar que este —dijo Darío mirando por sobre la cabeza de su madre con un enorme suspiro. Y agregó—: ¿Puedo decirles a todos que vengan?

—Claro cielo, por eso te lo estoy diciendo. Las invitaciones estarán listas en algunos días, luego te las alcanzo.

—¿Y cuál es la idea de la reunión? —preguntó Darío, adivinando la respuesta. Si conocía a su madre y a su hermana, sus pesadillas iban a hacerse realidad muy, muy pronto.

—Bueno, lo usual para estos casos… —respondió Amelia, dejando un beso en su mejilla y volviendo a su ocupación en la mesada de la cocina.

—Ajá, te escucho mamá —interrumpió divertido.

—Alquilaremos una carpa, vendrán la familia y los amigos de toda la vida, tu tío Hakim está organizándose también para estar con nosotros ese día…

—¿Hakim va a venir a Buenos Aires? Wow… ¡genial!

—Sí, lo está intentando, sabes que su trabajo es muy absorbente, pero es hora que se tome unas vacaciones y qué mejor oportunidad que esta, donde vamos a estar todos reunidos, quiere venir unos días.

—¿Y qué más?

—Habrá una banda de música en vivo, y camareros… lo de siempre para estas fiestas —y luego de acomodar un mechón de su rebelde cabello, se fue caminando lentamente al comedor, dejando a Darío solo con sus pensamientos.

¡Já! ¡Lo sabía… voy a tener que bailar! Y comiendo una galleta salada salió al encuentro de sus amigos para darles las buenas noticias.


***

—Gracias Emma. No podría hacer esto sin ti —susurró Darío, a la vez que sostenía la puerta abierta para ingresar a la Academia de Danzas de Salón de Madame Josephine.

—¡Ni lo digas! Primero porque es súper divertido y segundo, voy a la misma fiesta y como espero me invites a bailar —le guiñó un ojo en ese momento—, no quiero pisarte ni que lo hagas tú —concluyó al colgar sus abrigos en el perchero y adentrarse en la sala de espera.

—Sí, va a ser divertido —replicó riendo con ganas.

A través de las puertas dobles, veían claramente la clase de salsa que tenía lugar en la sala rodeada de espejos, con pisos de parqué. Madame Josephine estaba atenta a cada una de las parejas, que danzaban distribuidas en forma de círculo, mientras movían las caderas al ritmo de Sergio Mendes y su Magalenha.

Se quedaron al costado viendo como terminaba la clase previa, y la sala de espera se iba poblando de los nuevos estudiantes, que por cierto no eran tan jóvenes.

—¡¿Da?! —Emma tocó con su codo el codo de su compañero y reclinó la cabeza sobre su brazo para hablar quedamente.

—¿Qué?

—Esto va a ser más divertido de lo que pensé —rio en tono bajo—. Somos los únicos menores de 60 años que hay en toda la clase.

—Eres terrible… pero es cierto.

Los aprendices saludaron con dos besos a la profesora en cuestión y salieron en fila, hacia la salita de espera.

—¡Atención! ¡Atención! Todos reunidos en el centro por favor, vamos a comenzar la clase de danzas de salón.

Una vez que todos hubieran llegado agregó con un pronunciado acento francés:

—Buenas tardes, soy Madame Josephine y hoy aprenderemos el más básico de los bailes de salón y mi preferido, el vals. En esta clase veremos el vals internacional, que es más lento, y la próxima clase lo haremos con el vals americano, ya van a estar más sueltos y esa clase de baile permite el armado de pasos y piruetas. Ahora bien, cada uno con su pareja acérquense al sector de los espejos —indicó señalando hacia el fondo del salón. Y siguió con la explicación de la clase:

—Muy bien, párense uno frente al otro y formen dos filas. Niñas de este lado, niños de este otro —se acercó al equipo de música y el salón se inundó de la bella melodía del Danubio Azul. Volvía sobre sus pasos diciendo con expresión soñadora y gesticulando graciosamente con sus manos en alto:

—Todo baile es como un romance de tres minutos, los caballeros conocen a las damas, se enamoran de la música, de la danza y entonces… se dejan llevar.

La música subió en volumen y comenzó a girar sola acompasadamente con los ojos cerrados.

Darío enlazó la cintura de Emma con su brazo derecho, ella apoyó su mano en su hombro y él tomó la mano libre con la suya.

—No tengo idea qué estoy haciendo —se sinceró Darío mientras miraba sus pies.

—Yo tampoco —rio ella y al bajar la cabeza para mirar sus pies, chocaron sus frentes. Apenas si podían contener las risas.

Madame Josephine, seguía atenta a todas las parejas corrigiendo posturas.

—Vamos, la espalda recta, las cabezas arriba y sonrían. Sonrían. Y... un… dos… tres… vuelta y otra vez…así… ¡¡muy bien!!


***

Dos meses y siete clases después, los esfuerzos dieron sus frutos.

En un momento dado de la fiesta se escucharon los suaves acordes del vals elegido por sus padres para la ocasión: El Vals de las Flores, el mismo que bailaron tanto tiempo atrás en su boda. Los invitados se abrieron como olas de un estanque para dar paso a la pareja de baile.

Jakim condujo a Amelia hasta el centro de la pista de baile, con los ojos llenos de emoción, hacía veinticinco años la había elegido para vivir la vida a su lado, y repetía esa elección cada día. Las lágrimas cayeron despacio al mirar a la mujer que amaba, la madre de sus hijos, el sol de sus días y la luna de sus noches. Después del primer baile, y una ronda de aplausos y silbidos, los invitados se sumaron a la danza.

Cuando André Rieu dio comienzo al Danubio Azul, Darío se acercó a Emma, con una reverencia de lo más teatral, extendió su mano e inclinó el torso en mudo pedido. La llevó de la mano hasta el centro de la pista y le hizo dar un giro completo, mientras ella reía de sus locuras.

Darío miraba a Emma como hechizado, ella estaba hermosa, con su vestido color durazno, vaporoso, corto hasta la rodilla, con la falda en capas y los finos breteles que nacían en su recatado escote junto a las pequeñas flores de tela que lo adornaban, para perderse en su espalda. Su cabello suelto, peinado con ondas apenas marcadas, le daban un corte distinto a su rostro. Por primera vez vio que Emma usaba maquillaje, pero era tan tenue, tan sutil como su agraciado caminar.

La música creció en intensidad y comenzaron a girar, primero con timidez hasta llegar al ritmo vertiginoso que las notas imponían. Lo único que sus ojos veían era la felicidad de Emma en sus brazos, su mirada brillante y sus mejillas sonrosadas. Y se sintió en la gloria, por ser él quien producía ese efecto en ella. Gracias a todos los cielos, los invitados eran muchos y el vals se repetía una y otra vez.

El tiempo pareció detenerse, y si por él fuera, podría permanecer así eternamente. El vals llegó a su fin, y solo lo notó porque las parejas alrededor se disgregaron para saludar a los homenajeados.


El atronador latido de su corazón y la velocidad de vértigo a la que su sangre circulaba por sus venas, le impedían escuchar nada más.

En un segundo de lucidez, dio a Emma un último giro, para inclinarse y besar su mano delicadamente, mientras anclaba sus ojos castaños en esos enormes lagos pardos, en los cuales había descubierto podía derretirse y ahogarse y volver a renacer, tan solo por el placer de poderla contemplar.

¡Dios! ¿Cuándo pasó esto? ¿Será igual para ella? Cavilaba en medio de la fiesta, no podía concentrarse en nada más que en el vaivén de sentimientos que lo tenían conmocionado desde hacía un rato.

Con mucho esfuerzo, logró aplacar su vorágine de pensamientos y volver a disfrutar de la fiesta de aniversario de sus padres. El domingo por la mañana, volvería a Buenos Aires, a su casa, a su rutina y quizás allí pudiera pensar más claramente. Quizás.



Continuará...

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