Navidad en Madrid- Antología Navideña 3
Maired Agnew es periodista y su última asignación es
conseguir una nota con el actor de moda, que más escondida no puede tener su
vida privada.
Martín Neveau es el actor del momento, el éxito y una
rigurosa agenda son sus compañeros de ruta. Es talentoso, guapo a rabiar y es
la fantasía de al menos la mitad de la población femenina del planeta.
¿Qué sucede cuando el destino decide que el sueño de
todas tus noches es tu realidad y el amor es tan grande que traspasa las barreras del
tiempo?
La fachada del
edificio en el centro de Madrid no había cambiado nada desde la última vez que
lo visitó, seis años atrás. La escalera de mármol blanco pulido conducía hasta
las puertas dobles de roble claro. Con pasos rápidos cubrió la distancia desde
la vereda cubierta de nieve y tocó timbre.
Su asistente
había concertado la cita con muy poco tiempo de anticipación, y estaba
nervioso. Creía que nunca tendría que volver, que tenía todo resuelto. Pues
parecía ser que no.
—Consultorio de la Dra. Amparo Molina.
—Buenas tardes, Martín Neveau, la cita de las
cuatro.
—Suba por favor.
El timbre sonó, se sacudió el agua nieve sobre
sus hombros y empujó la pesada puerta.
Al subir la
escalera hasta el primer piso, la secretaria lo esperaba con la puerta abierta
y una sonrisa bobalicona en la cara.
La saludó de
manera cortés e ingresó a la sala de espera sin mucho preámbulo. Estaba casi
asqueado de encontrar siempre las mismas caras, las mismas palabras si daba pie
a ello por supuesto. Tomó asiento de manera estratégica en el sillón de una
plaza, no había más personas esperando, pero si alguien llegaba no quería a
nadie a su lado. Así de molesto estaba. Con la gente, con su trabajo, con la
vida. Parecía que, desde hacía unos meses, todo le incomodaba.
La puerta del
consultorio se abrió y la doctora lo invitó a pasar. Como un resorte salió
disparado del sillón.
—Martín qué alegría saber de ti —extendió los
brazos para recibir como siempre, un beso en cada mejilla.
—El gusto es todo mío Amparo, gracias por
recibirme tan pronto.
—No hay porqué —dijo extendiéndole la mano—
pasa que tenemos mucho que conversar tú y yo parece.
El consultorio era tal y como lo recordaba,
las paredes muy claras, el piso de madera entarugada en caoba oscuro y los
ventanales con las cortinas corridas, dejando a la vista la silueta
espectacular de un atardecer en la capital española.
—Cuéntame qué te trajo de vuelta a España esta
vez. —dijo tomando asiento frente a él.
—Voy de camino a París, allí están mis padres
de vacaciones festejando su aniversario de casados. Aprovechando que pasaba por
aquí hice una entrevista con Andreu Buenafuente para Late Motiv —Las últimas palabras en un tono más bajo, con la mirada
clavada en el suelo y revolviendo su pelo como cada vez que algo le preocupaba.
Amparo lo
conocía de muchos años, y sabía que primero debía estar cómodo para empezar a
hablar del tema que lo traía a la consulta.
—Y dime así estoy atenta... ¿cuándo es que
sale al aire el programa que has grabado?
—Es para el especial de Navidad —cruzó su
tobillo sobre la otra pierna y removió una inexistente pelusa de su pantalón.
Corrió las
manos sobre sus muslos arriba y abajo y un hondo suspiro de abatimiento llenó
la estancia. Dejó las manos ancladas en su cadera tamborileando los dedos.
—Martín, estás más inquieto de lo usual, ¿qué
es lo que te trajo a aquí? sabemos que no has pasado solo a saludar. Dime
—Amparo se reclinó sobre la mesa auxiliar y tomó su tablet para apuntar lo que se dijera a partir de ese momento.
—No puedo dormir. —resumió su caótico estado
en tres simples palabras.
—Probaste respirar, infusiones herbales...
—Ajá
—¿Tu médico te recetó píldoras para dormir
acaso?
—No tomo píldoras Amparo y lo sabes... —dijo
empezando a fastidiarse
—Lo sé, pero por tu trabajo necesitas
descansar.
—Y no lo logro —interrumpió con brusquedad.
—¿No duermes o no descansas?
—Como no descanso me duermo en cuanto apoyo la
cabeza en la almohada y he llegado a pensar que antes también. Me duermo en los
camerinos, esperando por mis tomas. ¡Me he dormido mientras me maquillaban por
Dios! Ha sido humillante —respondió derrotado al fin.
—¿Las pesadillas han vuelto?
—Sí y no. —Se puso de pie y caminó alrededor
del sillón hasta llegar al cristal de la ventana.
—Cuéntame —pidió mientras giraba para
prestarle toda su atención.
—Todo comenzó hace un año más o menos.
Estábamos grabando en New York, era de noche, no muy tarde, pero la jornada
había comenzado muy temprano y estaba agotado. Terminamos por ese día y decidimos
ir con el equipo por algo de comer y cuando entramos a un restaurante salía de
allí un grupo de chicas, riendo, conversando, hasta que una risa llamó mi
atención...
—¿La risa de tus sueños? —preguntó extrañada.
—Sí, el mismo sonido, reconocería esa carcajada
hasta bajo el agua.
—Eres un exagerado, ¿lo sabes verdad?
—Es mi veta histriónica —sonrió de costado
—Continua por favor.
—Bueno, me volteé a ver y se habían subido a
un taxi, solo vi un gorro de lana multicolor y una melena larga y colorada que
todavía me persigue. Desde ese día las pesadillas o sueños, no sé qué son, se
volvieron cada vez más recurrentes. A hoy puedo decir que son casi a diario.
—Vamos a llamarlos sueños para quitarle la
connotación negativa. ¿Son los mismos que antes? ¿Hay algún elemento agregado
que nos dé más información sobre su desarrollo?
—Más o menos. Hay imágenes sueltas, tomé la
costumbre de despertarme y escribir todo cuánto recuerdo, al releer noté que sí
hay más detalles además de incrementar la frecuencia claro.
—¿Y esos elementos cuáles serían?
Martín devolvió el camino con lentos pasos al
sillón y tomó asiento frente a Amparo.
—Hay imágenes de un campo de flores, tela muy
vaporosa como si fuera una falda con volantes o algo así en movimiento que no
logro deducir si se aleja o viene a mi encuentro. Hay música de violines, la
música parece de origen celta, todavía no di con la canción y escucho sobre esa
música la risa, las carcajadas de felicidad. Todo mi alrededor gira cada vez
más rápido hasta que veo la melena colorada alejarse por un camino oscuro y me
despierto, con el corazón latiendo desbocado, la garganta dolorida y apretada y
de un humor de los mil demonios.
—Bien...
—¿Bien? No digo que sea malo, pero de bueno le
veo bastante poco. —sentenció abrumado como cada vez que hablaba del tema.
—Lo bueno es que sabes que no es tu
imaginación, claramente esa chica existe y tiene una indeterminada relación
contigo.
—Eso es muy raro.
—Puede serlo o no. Depende de varios factores.
—reflexionó mientras decidía si avanzaba más sobre su recién descubierta
teoría.
—¿Y esos factores incluyen qué tan loco estoy?
¿O cuántas noches puedo estar sin dormir antes de colapsar? Porque no creo que
me falte mucho... —suspiró agotado.
—Tengo un colega que ha estado estudiando esta
situación en algunos de sus pacientes, voy a investigar más sobre el tema y
luego lo conversamos. ¿Te parece bien?
—Con respecto a eso... Estoy de paso y mi
agenda está más saturada cada semana que pasa.
—No te preocupes, podemos acomodarnos a algo
menos ortodoxo, pero igual de efectivo si estamos de acuerdo. Tomé la idea
prestada, y en nuestro caso podemos ajustarnos. Vamos a establecer sesiones
semanales, excepto que pase algo que realmente requiera de mi atención
inmediata, y lo hacemos por Skype.
Martín la miró
extrañado, con cierto aire de incredulidad.
—No me mires
con esa cara, soy consciente de que vamos a manejar horarios muy bizarros, pero
es mejor que la alternativa ¿verdad? —completó con una sonrisa en su rostro.
—Amparo eres un sol, ¿lo sabes verdad?
—No. Eres mi paciente desde hace muchos años y
creo que estamos prontos a resolver este misterio.
—¿Tú crees?
—Estoy segura. —agregó con una sonrisa amable
en sus labios.
—Bien, voy a contactar contigo la semana
entrante y coordinamos.
—¿No lo hará tu asistente?
—No, ella maneja mi agenda profesional y con
eso es más que suficiente. No todos tienen acceso a mi vida personal. Con esta
primera cita fue una excepción.
—Por supuesto.
El tiempo compartido ese día llegó a su fin,
pero algo muy dentro de Martín cambió. No es que Amparo fuera a hacer magia,
pero sabía que al menos no estaba solo en ese proceso.
Para un actor
de su fama, y con su nivel de exposición, era imprescindible guardar su
intimidad con celo. Su vida personal no podía caer en manos de cualquier
inescrupuloso que vendiera sus notas por un par de miles de euros.
Se calzó su
abrigo apenas poner un pie en la vereda, su sombrero Fedora y caminó con la
cabeza gacha por las calles de Madrid, evitando hacer contacto visual con las
pocas personas que se cruzó en su camino de vuelta al hotel.
*****
Las chicas
estaban revolucionadas por decir lo menos, ni que se fuera en viaje de
excursión a Marte. ¡Por todos los cielos!
Bueno, solo iba
a Europa en recorrida, caza y captura de las últimas novedades del actor más codiciado
desde Robert Pattinson en Twilight...
La revista
quería una cobertura de sus sorpresivas vacaciones en el viejo continente y la
eligieron a ella para la tarea. Esa noticia la había deseado y soñado tanto,
que se había hecho realidad.
Mairead no era
de esas personas que van por la vida con el mantra "pide y se te
dará" o "si lo crees lo creas". No señor, nada más alejado de la
realidad, pero tenía que aceptar que la sola idea la estaba desbordando. Y la
actitud de sus amigas no era otra cosa más que el reflejo de su eterno
fantasear con Martín Neveau.
Había seguido
su carrera desde sus primeras producciones, cuando era un actor novato, con un
cuerpo de infarto y un talento natural para el cine y el teatro, que no dejaban
prometer más que premios y galardones. Muy pronto quedó cristalinamente claro
para la crítica y sobre todo para la audiencia, que el éxito sería su fiel
compañero en los años por venir.
Las chicas
seguían en su cuarto armando la maleta cuando se alejó hacia la cocina en busca
de un poco de silencio. Su teléfono había sonado con una llamada entrante. Era
su editor.
—Hola Elliott — saludó alegre.
—Mairead
querida, te llamo para avisarte que está todo resuelto, tienes un billete
abierto para mañana en la noche.
—¿Abierto?
—interrumpió asustada, ella quería volver para las fiestas de fin de año, como
máximo. No le gustaba dejar a sus padres en las fiestas.
—Sí, abierto porque no te vuelves hasta tener
la nota. Te estaba diciendo, los detalles del pasaje y la hostería están en el
email que te envié recién, en un rato va a llegar un mensajero con un sobre,
contiene una tarjeta de crédito corporativa, si Neveau se mueve de Madrid, vas
tras él, es más sencillo de este modo.
Mairead
puso los ojos en blanco. Tendría que ir haciéndose la idea de pasar las fiestas
fuera de casa. Al menos lo haría en Europa. Podría ser mucho peor.
—De acuerdo Elliot. Voy enviando emails con
las novedades.
—Cuídate pequeña y trae la nota contigo.
—Lo haré.
El aeropuerto
JFK estaba lleno de gente que iba y venía como cada día.
Hizo el
check-in, despachó su maleta y esperó el embarque. Neveau le llevaba unos días
de ventaja, pero toda la información en general inútil de las redes sociales,
en ese momento no lo eran tanto. Tanto Facebook, como Twitter e Instagram lo
ubicaban en Madrid.
Desde el
hotelito donde estaría hospedada hasta el Hilton, era todo un trayecto, por eso
en esta oportunidad hasta le habían alquilado un automóvil para
desplazarse.
Llevaba consigo
el estuche con su Nikkon, regalo de su padre en la primera navidad que cursaba
periodismo en la universidad.
Su trabajo era
muy simple, bloggera de entretenimientos en la versión digital del periódico,
contaba con al fin tener "la nota” que la dejara avanzar en las grandes
ligas, algún día.
Dejó el Mercedes
rentado en la puerta de la hostería donde se alojaría.
Un hermoso
edificio, muy del siglo anterior remodelado, tenía grabada en sus puertas
acristaladas con pomela de bronce el nombre: "Hotel Los claveles
Morados"
Era un nombre
por demás curioso, pero eso lo hacía más interesante.
Se registró y
de inmediato el botones llevó su maleta a la habitación.
Era muy amplia
y con mucha luz, un hermoso arreglo floral reposaba sobre la pequeña mesa junto
a la puerta. Se agachó para apreciar su aroma e inspiró profundo.
Algo muy
parecido a la tranquilidad la invadió y no entendía muy bien por qué.
Luego de una
ducha reparadora de tantas horas de viaje, revisó sus cuentas de email y las
redes sociales. Las propias y las de Martín Neveau. Más por acto reflejo que
por trabajo.
Él siempre
delante de la cámara, siendo el centro de atención de todos. Y ella siempre
detrás de la pantalla de su notebook, de la lente de su cámara. Escondida,
protegida quizás. Pero jamás expuesta.
Todo indicaba
que seguía estando en Madrid. En el Hilton, donde algunos empleados dieron la
confirmación de manera muy extra oficial por supuesto.
Decidió que era
una fría pero hermosa noche para dar un paseo antes de la cena.
Se calzó su
abrigo, las botas y un gorro de lana hasta las orejas. Su bufanda de colores,
única muestra de su poco arte en el tejido varios años atrás, cuando con su
amiga Matty decidió que era mejor tejer que salir con chicos. Esa premisa duró
una bufanda y un gorro de cada una a duras penas.
Caminó por las
calles empedradas bajo la luz de las farolas, unas diez cuadras, recorriendo
con sus ojos curiosos la arquitectura y el diseño de la ciudad española.
Ya estaba
siendo hora de volver, cuando divisó un taxi que se acercaba. Iba a extender su
mano, cuando un silbido alto y largo rompió el silencio de la noche deteniendo
el auto en ese instante. Dio un suspiro resignado cuando un hombre alto, con
abrigo y sombrero, subía y giraba hacia el centro de Madrid.
¿Quién en este
mundo usaba Fedora?
Una sonrisa
tierna se dibujó en su rostro al recordar que en Instagram había visto una foto
de Martín Neveau con esa clase de sombrero.
Su corazón
comenzó a latir de prisa y tuvo que frenar sus locos pensamientos para no
hiperventilar.
¿No podía ser
él? No.
¿No?
*****
Martín estaba
sentado en su habitación del Hilton tratando de cenar. Sí. Tratando era la
palabra adecuada.
Había salido
más tranquilo de la consulta de Amparo, pero en el camino de vuelta, algo pasó.
No sabía a ciencia cierta qué.
Una sensación
muy extraña se anidó en su estómago. Tan así que comía por inercia, porque era
importante para la salud y nada más. Pasaba el día tan ocupado, llegaba tan
cansado a las noches que, si no se obligaba a comer, lo haría día sí y día no.
Y un desorden semejante lo podría traer nada bueno, sobre todo pensando en su
mal descanso casi crónico de un año a esta parte.
Quienes lo
conocían decía que era un maniático, él solo opinaba que le gustaban las cosas
a su manera. Que dicho sea de paso siempre era la mejor, pero ese era un
detalla insignificante.
Tenía su vuelo
a París para el día siguiente, todos los temas que lo llevaron a Madrid
resueltos, era cuestión de dejar pasar las horas hasta que se hiciera tiempo de
ir hasta el aeropuerto de Barajas y reencontrarse con sus padres en París.
Necesitaba
conectar con su familia de manera urgente. Habían sido unos meses de
locura. Necesitaba volver a casa.
Su teléfono
vibró dentro del bolsillo del jean.
Limpió su boca
con la servilleta de lino blanco y renunció al resto del filete con verduras.
No podía más.
Deslizó el dedo
por la pantalla de su iPhone y
atendió la llamada, un poco tarde para su gusto.
—¿Pauline?... Hola —respondió intrigado, era
demasiado tarde para que su asistente lo llamara.
—Hola Martín —dijo con tono un poco inquieto,
llevar malas noticias al jefe nunca es fácil y menos a uno como el suyo que no
gozaba del mejor de los genios de un tiempo a esta parte—, lamento llamarte a
estas horas, pero ha surgido algo.
—Dime qué es. —preguntó exasperado ante tanto
preámbulo. Él era muy fan del juego previo, pero en otros ámbitos.
Hizo un gesto
divertido por el rumbo de sus pensamientos, a la novia de Pauline no le haría
tanta gracia por seguro.
—Se comunicaron de la aerolínea hace un
momento, hay muchas posibilidades que cierren los aeropuertos a partir de la
medianoche y por tiempo indefinido, se espera una terrible tormenta de nieve en
el norte de España y todo el territorio francés. Debido a nuestro trato
frecuente es que nos avisaron.
—¿Y qué demonios voy a hacer yo en Madrid esta
Navidad? —explotó con su asistente que era quien estaba a su alcance, no así la
gente inoperante del aeropuerto ni los inútiles del clima. ¿Es que nadie podía
entender que necesitaba volver a casa? ¿Pero ya?
—El hotel está reservado hasta pasado
mañana... —comenzó a decir Pauline.
—Ni estando loco voy a pasar las navidades en
el Hilton... No puedo asomarme ni al bar y de verdad me estoy cansando de estas
cuatro paredes.
—Pero es que no hay vuelos... Ya intentamos
incluso cambiar tu pasaje, pero está todo tomado.
—Entonces consígueme otro hotel, uno más
chico, desconocido, donde pueda tomar un puto trago en la barra sin que me
molesten cada cinco putos minutos.
—Entiendo —dijo muy consternada. Martín solía
enfadarse si las cosas no se daban a su modo, pero jamás le había alzado la voz
o dicho palabras semejantes.
Martín caminó en círculos una vez más, en
absoluto estado de desesperación, se pasó la mano libre por el pelo revuelto y
la ancló en su nuca, cansado que todo saliera al revés de cómo él quería. Ni
que fuera pedir tanto. Unos pocos días de paz con su familia como cualquier
mortal.
—Pauline por favor discúlpame —pidió
inspirando muy hondo para calmar su estado de ánimo—. No es tu culpa y haces lo
que puedes. Por favor sácame de aquí.
Colgó el
teléfono al dejarse caer en la enorme cama y rebotó sobre el edredón de color
marfil.
Llevó sus
brazos cruzados sobre su frente y allí permaneció lo que le parecieron horas,
pero no fueron más que minutos, hasta que su teléfono volvió a sonar con los
acordes de Nothing else matters.
—Pauline, dime que tienes buenas noticias.
—Por supuesto, soy una chica lista —agregó más
animada.
—Te escucho... Muy atento.
—Conseguí una habitación doble por supuesto
con baño privado...
—¿Por qué tantas aclaraciones? Es algo básico…
—Porque no es un hotel de los que estás
acostumbrado, es una habitación en una hostería en las afueras de Madrid, muy
pequeña tan así que, de sus doce habitaciones, solo tiene ocupada tres, y la
tuya sería la cuarta.
—Pauline —reprendió medio en serio medio en
broma—, ¿dónde pretendes que vaya?
—¿Lejos del Hilton? Bien, la hostería se llama
"Los claveles Morados".
—¿Estás de broma? Dime que no es cierto...
—No es broma, se llama así —rio del otro lado
del teléfono—. La inauguraron hace unas semanas, por eso está casi vacía, vi
las fotos en Trivago, es preciosa, parece salida de un cuento y lo mejor de
todo: es lo único disponible Martín.
Martín estalló
en risas, le había vendido el lugar como si fuera la octava maravilla. Seguro
era bonito al menos.
—Okey, envíame los datos por mensaje.
—Lo hice mientras hablamos, ya te dije, soy
una chica lista.
—La mejor asistente que se puede tener.
—La reserva está tomada desde mañana a las
10AM, bajo el nombre Kevin Lawrence y con tu tarjeta de crédito, no va a ver
inconveniente. Que descanses Martín.
—Lo mismo para ti. Gracias. Por todo.
Colgó el teléfono y fue al baño por una ducha,
necesitaba sacarse de encima los restos del día y tratar de dormir.
Buscó en el
cajón de la cómoda un pantalón de pijama y una camiseta de mangas cortas.
Desenroscó la
toalla de su cintura y se vistió en un par de segundos, con una toalla más
pequeña secó su cabello y lo peinó con sus manos, no era necesario mucho más,
con lo corto que lo llevaba.
Puso a cargar
su teléfono, y antes de correr las cortinas alzó su mirada al cielo oscuro sin
estrellas.
El cansancio lo
sumergió en un sueño agitado en pocos minutos.
De lejos escuchaba los violines que se acercaban cada
vez más rápido, la música aumentaba de ritmo, una risa muy familiar se colaba
entre las notas musicales.
Su mirada bajó hasta encontrarse con unas manos
pequeñas entre las suyas, con piel suave, muy blanca y cálida, podía oler el
océano desde donde estaba y escuchar el murmullo de las olas en su eterno
vaivén.
Miró con atención las manos unidas y vio el destello
de dos anillos de oro blanco que refulgían de una manera imposible, cegándolo
con su luz. Y cuando creyó que no podría ver nada, lo impensado sucedió. Un par
de ojos verdes enormes, de mirada pura y transparente, lo atraparon y lo único
que pudo escuchar fue una voz dulce, melodiosa que le decía "annwyl".
Reconocería esa
palabra en cualquier sueño o pesadilla, el primer rol de su carrera había sido
en una obra de teatro sobre los clanes en la Escocia del 1800.
“Amado”. Esa
palabra repitiéndose como un eco en su mente...
*****
Luego de pasar
media noche despierta y media noche soñando con los divinos ojos de su amor
platónico y trabajo por encargo, Martín Neveau, decidió que era hora de dejar
la cama.
Se reprendió
como cada mañana, casi todas las mañanas. Soñaba con él, despierta o dormida,
como casi seguro que lo hacía la mitad de la población femenina mundial y se
estaba quedando corta a su entender. Pero no podía seguir así, en el muy
hipotético caso que lograra acercarse lo suficiente a él para hacerle la
entrevista de su vida, estaba segura que iba a desmayarse de la impresión. Si
es que no moría por asfixia mecánica cuando dejara de respirar. Una situación
bastante patética teniendo en cuenta que él no estaba enterado que compartían
planeta.
Lo curioso
pensaba mientras revisaba las redes y notaba con asombro que la multitud frente
al Hilton había disminuido, y algunos hashtags anunciaban su partida del
recinto, a pesar de tener tantas mujeres a sus pies, no se lo veía con ninguna.
A no ser que estuviera en pareja en el más absoluto secreto. Su vida privada
era un búnker, cerrado a cal y canto para casi todos. Tenía muy pocos amigos en
el ambiente y todos respetaban su necesidad de privacidad, así que cuando era
su cumpleaños incluso las fotos eran muy cuidadas, solo mostraban rostros o
tragos o tortas, jamás locaciones ni decoraciones. Su vida privada era un
misterio. Y a ella le fascinaban los misterios.
Y sobre todo le
fascinaba él.
Había
aprovechado la mañana para desayunar muy temprano y volver a su habitación a
rastrear al actor del momento en cuanta red social existía, sabía con certeza
que ya no estaba en el Hilton pero nadie conocía su paradero, porque de Madrid
seguro no podría salir, era de público conocimiento que los aeropuertos estaban
cerrados como así también algunas rutas, era cuestión de tiempo para cerraran
el resto.
Sería genial
tener alguna foto nueva para su artículo, pensaba cuando comenzó a escribir una
pequeña introducción, con sus datos biográficos y un detalle de su carrera, de
manera muy ágil y con entusiasmo logrando decir mucho con pocas palabras y así
no hacer un artículo muy extenso, resaltando la nota actual en vez de su
pasado.
*****
Para Martín era
toda una novedad estar en un hotel sin ser acosado. Al llegar a la recepción, y
presentarse con su nombre de incógnito, fue recibido con una sonrisa tímida y
una mirada de comprensión que pocas veces veía. La recepcionista entendió sin
palabras que no quería ser reconocido y así se lo hizo saber.
—Buenos días señor Neveau, soy Susy.
—Buenos días Susy. Mi asistente llamó...
—No se preocupe por nada, la hostería tiene
pocas habitaciones tomadas, una pareja con dos niños pequeños, una pareja mayor
y una señorita americana. La única creo con probabilidad de reconocerle a
usted.
—Creo que tienes razón. Veremos cómo se
desenvuelven las cosas. Son fechas especiales y estamos todos atascados aquí
—dijo regalándole una sonrisa efímera.
—Déjeme llamar a Pedro para que le lleve la
maleta.
—No es necesario Susy, yo me ocupo.
—Gracias, y bienvenido a "Los claveles
Morados".
—A ti, nos vemos luego y subió a su cuarto el
número 12, con vistas al frente del edificio y al patio central.
Pasó el resto
de la mañana deshaciendo su maleta y hablando con sus amigos y familia,
avisando que no podría llegar a París como estaba planeado.
Conversó con
Pauline de las actividades programadas para los próximos días, si no alteraba
la duración de la visita a sus padres, su muy llena y complicada agenda no
tendría modificaciones. Como en general ocurría ante los contratiempos, su vida
personal era la que sacrificaba en busca de cumplir con todo y con todos.
Su estómago
rugió de hambre y decidió bajar al comedor y tentar su suerte. Esperando poder
comer acompañado, pero en paz. Quizás eso no fuera del todo imposible en un
hostal tan pequeño.
Bajó las
escaleras con lentitud, recorriendo con la vista toda la colección de fotos
antiguas colgadas en esa pared.
Eran unas fotos
preciosas, todas en distintos tonos de sepia, mostrando escenas, de viajes,
algunas eran los típicos retratos que se hacían las familias, con los hombres
sentados, las señoras paradas a su lado con sus vestidos largos y los niños por
el suelo, fotos tomadas en el puerto, con valijas y barcos a vapor de fondo.
Martín tenía la
sensación que mirando esa pared podría transportarse en el tiempo si se
concentraba y lo pensaba con la suficiente intensidad.
Por sobre el
hombro vio salir disparada hacia la puerta principal, a quien no podía ser otra
que la chica americana.
Ataviada con su
abrigo largo de color rojo y su gorra de lana multicolor a juego con la
bufanda.
La puerta se
cerró y en su mente estalló el recuerdo de aquella noche en New York, la
entrada al restaurante, el grupo de chicas... ¿Por qué se acordaba de eso justo
en ese momento? No tenía una respuesta para eso, solo un escalofrío que lo
recorrió desde la nuca hasta las puntas de los pies.
La tarde pasó
sin muchas novedades, había recorrido las instalaciones, tenían un jardín de
invierno bellísimo, y un salón biblioteca pequeño pero encantador que en días
como ese invitaba a la lectura con un té o un brandy de por medio, dependiendo
del estado del humor.
La cena estaba
organizada, cenarían empleados y huéspedes en el comedor, había dedicado parte
de la tarde a comprar algunos regalos para el inesperado "Santa
Invisible" que tuvieron que organizar, por estar todos juntos y lejos de
la familia.
Un alboroto de
risas y pasos apresurados llamaron su atención. Al girar se encontró de frente,
con la misteriosa huésped, tapada de paquetes y bolsas que apenas si se le veía
la punta del gorro, luchando por entrar y no rodar por el piso. Susy cerraba
presurosa la puerta y como el caballero que siempre fue, no pudo reprimir la
necesidad de ayudarla.
No estaba
preparado para ver esos ojos verdes.
Haciendo un
esfuerzo titánico de concentración logró sostener todos los paquetes y mantener
la expresión serena. Todo lo serena de lo que era capaz a pesar de la
revolución en muchos niveles que sentía en ese momento.
Con todo lo que
sucedía, no perdió detalle en el suspiro de sorpresa y el voraz sonrojo que
cubrió toda la piel de la muchacha frente a él. Y algo muy dentro suyo vibró de
una manera desconocida.
Mairead apenas
si podía respirar. Martín Neveau estaba frente a ella.
Toda la
responsabilidad de su trabajo asignado luchando contra sus pensamientos
desordenados. El roce sutil de la punta de sus dedos en sus manos al
sostener los paquetes la dejó sin poder de reacción.
¿Cómo era
posible que estuviera allí? De entre todos los hoteles de Madrid.
En su cuerpo
vibraba esa sensación de salto al vacío. Supo muy dentro de sí, que habría un
antes y un después de ese encuentro.
Martín se
incorporó con todos los paquetes en sus brazos y su mirada clavada en los lagos
de agua verde y cristalina que tenía a escasos dos palmos. Trató de respirar
hondo un par de veces, para disimular su conmoción.
—Hola —dijo con una media sonrisa colgando de
sus labios—, permíteme que te ayude con estos paquetes.
—Hola —respondió en seguida—. Gracias.
—No hay porqué, asumo que uno de estos es mío
y no quiero que se te caiga —bromeó para aligerar el ambiente.
—Es verdad, quizás uno sea tuyo —dijo con una
sonrisa tímida.
El silencio se
hizo presente y ninguno de los dos, sabía qué más decir.
Mairead no daba
crédito a lo que estaba pasando. Podía verlo, podía olerlo, podría tocarlo
incluso si estiraba su mano unos centímetros. Era como un sueño hecho realidad,
o una pesadilla, ya no lo tenía tan claro. ¿Cómo diablos iba a realizar su
trabajo si apenas podía reaccionar estando delante de él?
Caminando en
medio de su confusión, llegaron al rincón de la sala de estar donde estaba
armado el árbol navideño. Martín se agachó y acomodó los paquetes junto a los
que ya estaban y ella hizo lo mismo con los suyos.
Él se incorporó
con un movimiento fluido y extendió su mano galante hacia Mairead. Sintió como
si alguien tirara de la alfombra bajo él cuando en el mismo instante que la
americana se ponía de pie tomándose de su mano, con la otra se quitaba el
colorido gorro de lana y una cascada de ondas coloradas flameó ante su atónita
mirada.
Una corriente
de electricidad pura escaló desde sus manos juntas atravesándolo de pies a
cabeza. En exacta sincronía, un suspiro escapó de sus labios.
Mairead
asustada por el cúmulo de emociones que él despertaba en ella, soltó su mano de
un tirón y corrió escalera arriba buscando refugio en su dormitorio.
Con prisa abrió
la puerta y apoyó las manos sobre la cómoda, tratando de encontrar la
calma y el oxígeno, que gracias a Martin Neveau
había perdido.
Un ruido de pasos
rápidos a su espalda hizo que girara, y tuviera otra vez y en primer plano, a
su sueño de fantasía vestido de realidad apoyado en el marco de la puerta. Todo
cuan alto era, con su pantalón de jean azul oscuro, sus zapatos color café y la
camisa celeste con un botón desprendido. La chaqueta a juego con los zapatos
tampoco le estaba poniendo fácil las cosas. Era como la reencarnación de una
tapa de GC. Y que la mirara de esa manera, menos todavía.
Martín inspiró
hondo y dio un par de pasos dentro de la habitación que parecía encogerse por
segundos. Cerró la puerta con seguro y caminó con pasos largos y agónicamente
lentos hasta detenerse frente a ella, la dueña de sus noches y de sus días.
Haber siquiera
pensado que eran pesadillas, le parecía en ese momento nada menos que una
atrocidad. Era inimaginable e imposible que la criatura que tenía frente a él
pudiera representar otra cosa que no fuera puro y bueno.
Su tez blanca
como el marfil, apenas moteada en la nariz por unas pocas pecas que le parecían
deliciosas, y el suave rubor que cubría sus mejillas lo tenían obnubilado. Pero
el infierno se abrió a sus pies cuando su mirada transparente se ancló en la
suya, haciendo que su sangre se incendiara y el corazón le latiera desbocado.
Ese mismo fuego que era su cabello y caía en ondas por sus hombros.
Mairead lo
miraba abrumada, entendía su propia reacción, no así la de Martín. Quiso hablar
y las palabras escaparon de su boca, cuando él tomo sus manos entre las suyas y
rozó en un cadencioso movimiento sus nudillos de un lado al otro.
—Eres tú
—declaró muy seguro de lo que estaba haciendo. No era una duda, no había forma
de cuestionarse algo semejante.
Al tocar su
piel mirándola a los ojos, una especie de bruma se disipó de su cabeza, y todas
las imágenes sueltas que tenía durante sus sueños desfilaron frente a sus ojos
una tras otra, desdibujando las sombras, ampliando el horizonte, reconociendo
en la mujer que tenía frente a sí, a la mujer que habitaba en su alma desde
siempre.
Entendiéndose
como solo ellos podían hacerlo, supo con fiera certeza que todo lo que a él le
pasaba en ese momento, lo estaba viviendo ella también.
—Martín…
—suspiró bajito y paseó su mirada desde sus manos entrelazadas a los ojos
castaños que la admiraban sin disimulo, sin una gota de arrogancia, con una
dulzura infinita que no sabía que era posible sentir.
Él paseó la
mirada y en su cuello descubrió una cadena muy fina de lo que parecía oro
blanco y un dije con un nombre grabado:
—Mairead —dijo
exhalando el aire en sus pulmones, no sabía qué significaba ese nombre, pero le
encantaba cómo sonaba al decirlo. Y sintió como su sangre rugía al pronunciarlo
de una manera primaria como nunca en sus treinta años de vida le había
sucedido—, eres tú. He soñado contigo la mitad de mi vida.
Vio la confusión
en los ojos de Mairead, y su corazón dio un brinco.
—Dime que en
sueños me buscabas tú a mí…, por favor —suplicó apoyando sus frentes juntas,
respirando el mismo aire cálido.
—Sí, pero…
—dijo suavecito—, jamás me hubiera imaginado que tú lo hacías —un breve temblor
la sacudió y tomó coraje para seguir hablando—, siendo quien eres, asumí que…
—¿Asumiste que
era por ser fan o algo así? —rio mitad tierno mitad arrogante junto a su boca.
—Bueno, un poco
sí —alzó la mirada y nunca en su vida se sintió de esa manera.
Los labios de
Martín se cerraron sobre los suyos con un beso suave, tierno, tan sutil que
Mairead se sintió levitar presa de una emoción desconocida. Posó con delicadeza
las manos en la cintura masculina y lo atrajo hacia sí buscando más de ese beso
que sabía a esperanza, a alegría, con la sangre cantando en sus venas, feliz de
haber encontrado su lugar en el mundo. Y ese lugar no era otro que los brazos
de Martín.
Se dejó
arrollar por ese sentimiento sin detenerse a pensar, no era necesario, muy
dentro de ella sabía que era lo correcto. Como si nunca
hubiera habido otra posibilidad para ser feliz, para sentirse al fin completa.
Para sentirse en casa.
Martín despegó
con un esfuerzo titánico sus labios, recorrió el contorno de su cara con la suave
caricia de la punta de sus dedos. El gemido apenas contenido de Mairead le
indicó que iba por el camino correcto.
Deslizó la
bufanda por su cuello y quedó ovillada a sus pies. El abrigo siguió el mismo
camino, anidado en el suelo. El fino sweater de angora se ajustaba a su silueta
marcando femeninas curvas que le hicieron perder un poco más el control sobre
sí mismo, sobre lo políticamente correcto. Solo le importaba tenerla muy cerca,
sentir su piel, saborearla, explorar con su boca hasta verla entregada y sin
reservas.
Y las manos de
Mairead en su cuerpo, sus sonidos, y el sabor adictivo de sus labios lo
llevaban por ese camino colmado de brasas y de gloria, de cielo e infierno, que
sería perderse en ella desde ese día y para siempre.
FIN (?)
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Un beso
Jull ❤
1 comentarios
Precioso @@@@
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