MACADAMIA - ANTOLOGIA NAVIDEÑA

Sinopsis

La vida de Elise transcurre tranquila entre lápices de cera y papeles de colores, rodeada de la alegría infinita de sus alumnos, y la magia que cada día la espera al entrar al salón de clases. Un alivio para su corazón, ahora que Steve ya no está en su vida.
La pasión de Marc desde siempre fue la fotografía. Cansado de tanta frivolidad en el mundo de la moda vuelve a casa. Su mejor amigo allí y por ahora es todo lo que necesita. O eso creía.
¿Pero qué ocurre cuando la única persona prohibida es la única que te interesa? 




Relato

Con su gorro de lana calado hasta las orejas y una taza de chocolate caliente en la mano, observaba jugar a los niños, sentada en los escalones que guiaban al patio.
Faltaba solo una semana para que comenzara el receso escolar de invierno, y Elise sentía que ya los extrañaba. Eran sus alumnos, sus pequeños. Compartían cada día con alegría, juegos,  y cuentos. Serían catorce días sin verlos. Lo que le dejaría mucho tiempo libre, demasiado por su propio bien.
Desde que tenía memoria, que su ilusión había sido ser maestra. Trabajar con niños era hermoso, era sentir y vivir magia cada día, con sus caritas de asombro, con la inocencia propia de la edad. Ellos llenaban sus días de color y música.
Y en esta época del año por sobre todo, donde la próxima llegada de Santa los tenía ilusionados a niveles exorbitantes. El aula ya estaba decorada apropiadamente y hasta el aire se le antojaba más perfumado.
En su casa la esperaban sus tres hermanos, y si bien eso era motivo de gran alegría, no lo sería tanto cuando descubrieran que ya no estaba con Steve, y sobre todo cuando descubrieran el motivo. Tendría que ingeniárselas para convencerlos que no fueran de cacería tras el pobre infeliz. Aunque siendo la única mujer y la más pequeña, iba a ser una tarea bastante ardua.
Que Steve la engañara había sido duro. Lo quería pero descubrió que no lo amaba, por eso sus heridas estaban cicatrizando bastante bien. Estaba más enojada con ella misma que con él, ¿Cómo no se dio cuenta? ¿Tan embobada estaba? En fin, era hora de aprender de los errores, y dejar el pasado atrás, no iba a cometer la necedad de creer que todos los hombres son iguales porque no era cierto, sería solo cuestión de prestar más atención.
El timbre que avisaba el final del recreo la despertó de sus cavilaciones y buscó a sus niños y se dirigieron al aula para el último bloque de clases. Hoy es el día que tomarán la foto grupal.
Cuando llegó a su escritorio contempló emocionada la tarjeta navideña hecha a mano y pintada con cera de colores, que reposaba sobre sus carpetas.
—Señorita Elise, ¿está usted bien? —preguntó Joshua, acercándose a su lado con sus manitas entrelazadas en la espalda.
—Sí corazón, estoy muy bien.
—¿Y entonces por qué llora? Yo quería hacerla feliz… —respondió el pequeño bajando la mirada.
—Josh… —lo llamó con dulzura—, ven aquí. No estoy llorando, solo estoy muy emocionada porque es una tarjeta hermosa y no la esperaba. Voy a llevarla a casa y colocarla en el árbol, para que todos la vean. ¿Ok?
Josh se acercó y rodeó con sus bracitos regordetes el cuello de su maestra, unos golpes tenues se hicieron escuchar.
Giró el pomo de la puerta y sonando lo más recompuesta posible dijo:
—Adelante.
Sus ojos verdes quedaron anclados a los color miel que tenía frente a sí y que la observaban sin disimulo.
—Señorita Elise —dijo el Señor Benson, el director de la escuela, ni lo había vísto—, le presento a Marc Monroe, el fotógrafo que nos tomará las fotos de este año.
—Hola —dijo ella extendiendo su mano.
—Hola —dijo él tomándosela.
Ambos mantuvieron sus miradas apenas un par de segundos más y la voz grave del director los volvió a la realidad.
—Los dejo entonces, para proceder según lo acordado.
Y así fue.
En pocos minutos los niños se acomodaron delante de la ventana, por donde se veían los rastros de la primera nevada. Los juegos del parque daban la nota de color al blanco paisaje. Los cristales estaban adornados con copos de nieve hechos de papel y las paredes llenas de láminas y dibujos.
Y la señorita Elise iba de uno a otro, arreglando coletas y flequillos, viendo que todo estuviera perfecto para el momento del clic.
Marc trató de entretenerse con la preparación de la cámara, algo en lo absoluto innecesario, pero necesitaba concentrarse en otra cosa que no fuera la maestra, fracasando estrepitosamente en el intento.
Dada la naturaleza de su trabajo, estaba muy familiarizado con mujeres realmente bellas. Cuando se cansó de tanta modelo frívola y bonita, con todas las histerias que ese ambiente supone, fue que decidió volver a las bases, a lo que le había atrapado de la fotografía.
Había comenzado su carrera como fotógrafo de eventos sociales: bautizos, bodas, aniversarios, fotos escolares. Inmortalizando momentos felices, siendo parte de ellos, al menos por un rato.
Los recuerdos lo llevaron hasta el día en que su abuelo le regaló su primera cámara, una Nikkon. Era hermosa y todavía la conservaba. Siempre es bueno tener presente el origen de las cosas y por sobre todo, porque esa había sido la última navidad del abuelo Jim.
Este era uno de los motivos por el cual estaba ahora en Westport, necesitaba volver a conectarse con su esencia, recordar quién era.
El teléfono zumbó en el bolsillo de su pantalón con un mensaje entrante:

“Hola hermano, estoy llegando a casa de mis padres esta tarde.
¿Nos vemos mañana?”

El otro motivo acababa de aparecer: Brian su mejor amigo:

“¡Hola! Seguro, voy a quedarme en casa de mis abuelos”

Técnica y legalmente era suya, pero para él siempre sería la casa de sus abuelos, aunque ya ninguno de los dos estuviera allí. La sombra de la nostalgia nubló su mirada. Respiró hondo, enfocándose en el trabajo a realizar.
La dulce voz de la maestra llamándolo, lo sacó de sus grises pensamientos.
—Marc, los niños ya están listos.
Ella estaba acercándose y él no podía dejar de mirarla, era tan suave al moverse, parecía que flotaba, el pensamiento puso una sonrisa en su rostro.
Entonces la magia llegó: Elise le devolvió la sonrisa y todo el mundo dejó de girar, se puso más luminoso o algo, lo que sea, sintió que vibraba de pies a cabeza. Se perdió en el brillo esmeralda de sus ojos, en la honestidad de su sonrisa, en el suave arrebol de sus mejillas...
Parpadeó un par de veces, sacudió su cabeza un poco, para despejarse y poder responderle.
—Ok, hagamos las fotos entonces.
Elise se quedó a un costado viéndolo trabajar, hizo varias tomas de los niños, de frente primero, luego desde un lado, después del otro. Se lo notaba muy concentrado en lo suyo, fue entonces que se permitió observarlo desde una prudencial distancia, aprovechando que él no la veía.
Era alto y atlético, tenía una sonrisa preciosa, y llevaba el cabello muy corto y lo mejor de todo: unos ojos increíbles, castaños, con largas pestañas, y una mirada franca.
No vayas por ahí, no vayas por ahí, se reprendió a sí misma. No era el momento dedicarse a estas cuestiones.
De repente Marc se giró y sus miradas se enlazaron una vez más. Él avanzó un par de pasos hasta llegar hasta donde ella estaba.
—Ya tengo varias de los niños, ahora tomaré algunas contigo también.
—¿Yo? —preguntó extrañada y entusiasmada por partes iguales.
—Claro, van a ser unas fotos preciosas —respondió con un guiño juguetón.
Esa mirada pícara se atravesaría en sus sueños, estaba segura, y con paso tembloroso fue a colocarse al lado de los niños.
Se paró al lado del grupo y mantuvieron el orden alrededor de dos minutos.
Marc pudo tomar sus fotos, estaba por hacer foco solo en la maestra y los niños se dispersaron para sorprenderla con un abrazo grupal, lleno de risas y besos. Si sola era preciosa, rodeada de tanto amor resplandecía. Quedó atrapado en esa imagen y sus manos trabajaron solas, atrapadas en ese momento mágico de amor y ternura, con tanto sabor a futuro en tantos sentidos que se sintió abrumado.
El timbre sonó para sacarlos a todos de ese pequeño mundo de fantasía que habían creado sin proponérselo.
Marc se encargó de guardar su equipo, siguiendo con la mirada de a ratos todo lo que pasaba en el aula. Los niños acomodaron sus útiles en las mochilas, y Elise se encargó de colocar gorros y bufandas, cerrar abrigos y acompañarlos a la salida.
Él abrió la puerta, y fueron saliendo como un torbellino de energía, risa y color. La última en salir fue Elise. Caminaron juntos hasta el estacionamiento en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, en sus sensaciones.
Si en algún momento Elise tuvo dudas de si había amado a Steve, esta tarde se terminaron de esfumar, no hallaba explicación a la cantidad de emociones que la recorrían cada vez que se topaba con esa mirada color miel. Todo en él era nuevo, pero a la vez le resultaba vagamente familiar.
Por su lado Marc, trataba de recuperarse del embrujo de sus ojos, y de la calidez de su sonrisa. Cerraba los ojos y la veía reír feliz rodeada de luz y amor, si tuviera que describírsela a alguien diría que se había topado con un hada. Hermosa, suave, etérea, pura magia.
—Bueno —suspiró Elise—, aquí me despido.
—Sí… —titubeó Marc— nos veremos a la vuelta del receso, supongo con las fotos… —la sensación de pérdida, se anidó en su pecho.
—Felices fiestas —dijo Elise con una sonrisa.
—Felices fiestas… nos vemos —se despidió Marc.
La vio subir al auto e irse. Siguió su camino hasta que la perdió de vista. Con ella se fue el calor y la magia. Otra vez estaba vacío y solo.


CD

Marc llegó a casa de sus abuelos, detuvo su Ducatti frente al garaje y accionó el control el remoto. El sonido familiar del portón elevándose, logró romper, como si de una represa se tratase, todo el torrente de recuerdos que con mucho esfuerzo mantenía a raya día a día.
Había llegado a Wesport la noche anterior y se había registrado en un hotel, no tenía energía para abrir la casa de sus abuelos, no todavía. Era hora de hacer borrón y cuenta nueva en su vida, por eso había concertado este primer trabajo como fotógrafo familiar y de eventos sociales, a través de su nueva web.
Atrás habían quedado los días de modelos y giras por el mundo. Fue divertido mientras duró, muchas gracias. No era eso lo que quería en su futuro, era la única certeza que tenía. Sus días transcurrían monótonos y sin entusiasmo alguno, con cada clic la pasión por su trabajo se desmoronaba a pasos agigantados. Se sentía solo, incompleto.
Sus padres fallecieron en un accidente de tránsito cuando tenía apenas quince años, luego sus abuelos ocuparon ese lugar, cuidándolo, guiándolo, dándole amor a manos llenas, haciendo de él un hombre de bien. Se miraba en el espejo y no se reconocía. No es que hiciera nada malo, pero tampoco estaba haciendo nada bueno de lo cual pudiera sentirse muy orgulloso. Él quería hacer la diferencia, desde su lugar, por pequeño o grande que fuera. Bueno, no lo estaba logrando. Hora de cambiar de aires.
Y esos aires lo trajeron de vuelta a este lugar, al pueblo que lo vio crecer, si no encontraba el norte aquí, no lo haría en ningún otro.
Respiró hondo y descendió de la motocicleta, se sacó su casco y la mochila de su espalda, el resto de su equipo llegaría por correo en un par días.
Por la puerta del fondo, llegó a la cocina y encendió las luces. Todo estaba como la última vez que había estado allí. Una mueca tratando de ser sonrisa, adornó sus labios.
Avanzó hasta la sala, retiró las sábanas que cubrían algunos muebles y abrió las ventanas. El aire frío inundó sus pulmones, se sintió más liviano, más puro. Subiendo los escalones de dos en dos, llegó al piso de arriba. Dejó su mochila en su viejo cuarto.
Tendría algo de trabajo en la casa, pintura, algunos muebles, pero decididamente iba a quedarse allí, le costó el primer paso, pero ya no había vuelta atrás. Esta era su casa, estaba solo, pero estaba en casa.
La tarde del día siguiente lo encontró sentado en la barra del “Little Barn”, tuvo ganas de visitarlo desde que supo de su inauguración, y ahora allí estaba esperando por su amigo.
Se conocían desde hacía muchos años, desde que se había mudado con sus abuelos y Brian fuera el primero de los chicos en hablarle “al nuevo” de la escuela, era una amistad un tanto extraña para quien la viese desde afuera, pero ellos podían pasar semanas, meses incluso sin hablar, pero cuando se reencontraban siempre estaban en la misma página.
—Hey ¿empezaste sin mí? —escuchó una voz a su espalda.
Giró en la butaca y se levantó en el mismo impulso. El abrazo que los reunió fue de lo más reconfortante que viviera en los últimos meses.
—Es que te tardaste un poco, moría de sed —respondió riendo.
Avanzaron hasta una mesa junto a la ventana y el camarero les alcanzó la nueva ronda de cervezas.
—Conste que esta vez no fue mi culpa —se defendió Brian, levantando las manos con gesto resignado.
—Nunca lo es, el universo conspira para que llegues tarde —agregó sonriendo Marc— ¿Y esta vez qué o quién fue? —preguntó levantado una ceja pícara.
—Mi hermana… llegó a casa de mis padres hecha un torbellino y no me dejó en paz hasta que no contesté todas y cada una de sus preguntas. La adoro, pero me vuelve loco.
—Me acuerdo muy poco de ella, pero tengo la idea de que era más bien tímida ¿no? —preguntó Marc haciendo memoria.
—Eso cuando estaba pequeña, supongo que tres hermanos mayores logran eso en una chica. Le teníamos prohibido acercarse a nosotros cuando llevábamos amigos a la casa. —rio con ganas.
—¿Me estás jodiendo? —dijo ahogándose con su cerveza.
—Nop. Es mi hermana… es básico.
—Sí seguro.
De repente y como si un telón se hubiera descorrido, vio las imágenes de su juventud, a esa niña inocente, callada, con gafas, siempre con libros o cuadernos en las manos y la realidad lo golpeó. La maestra, dueña de sus pensamientos desde hacía poco más de veinticuatro horas, era la hermana pequeña de su amigo. Mala cosa, las hermanas de los amigos son como las estrellas, intocables. ¿No?
La noche fue avanzando como siempre, chistes, anécdotas, y el ponerse al día en la vida de cada uno.
—Marc, dime algo. ¿Qué vas a hacer en Nochebuena? ¿Vas a estar aquí o… —dejó la pregunta sin animarse a más.
Su amigo suspiró largo y profundo.
—La verdad es que no lo había pensado, pero no organicé nada para estar en ningún lado, supongo que me quedaré en casa.
—Ni de broma, la pasas con nosotros —dijo con una sonrisa
El mundo de Marc tembló.
Pasar la noche con la familia de Brian era pasar la noche con Elise.
Elise…
Al diablo con todo, no podía evitarla el resto de su vida, si no era por una cuestión sería por otra, en algún momento se verían otra vez. Este momento era tan bueno o tan malo como cualquier otro.
Con el corazón latiendo más rápido, sin poder evitarlo, le respondió.
—Ok, será genial, gracias.
—No me las des. Eres como mi hermano y los sabes, somos familia.

CD

Elise había llegado a la casa de sus padres y se disponía a hornear el pan de nueces preferido de su padre. Había llevado todo lo que necesitaba, dispuso los ingredientes en la mesada de la cocina. Se estaba colocando el delantal cuando el timbre la sacó de su concentración.
Se acercó a la puerta, y sin mirar quién era la abrió, mientras se ajustaba los lazos en su espalda, asumiendo que era Brian que llegaba por una vez temprano.
—Bria… —su nombre quedó congelado en sus labios.
—Ho-hola —respondió un impactado Marc. Sabía que iba a estar allí, por eso había aceptado ir, pero que su amigo llegara tarde, haciéndolo presentarse solo y para colmo frente a ella, fue mucho más de lo que esperaba.
—Hola —dijo Elise muy confundida ¿qué demonios hacía allí el fotográfo?— pensé que era mi hermano, pero…
—Sí, para variar está llegando tarde —respondió resignado—, teníamos que encontrarnos aquí.
—¿Ustedes se conocen? —Elise cada vez entendía menos.
—Cursamos juntos los últimos años del colegio y después mantuvimos la amistad en la universidad.
Marc esperaba muy paciente que lo invitara a pasar, mientras Elise todavía no se había soltado del pomo de la puerta, lo que él no sabía es que si lo hacía, caería al piso en redondo, la impresión de verlo, allí, después de soñar con sus ojos, y su sonrisa, mezcla de chico malo y tierno, la estaba matando.
Un auto frenó y ambos voltearon para ver de quien se trataba, por supuesto era Brian, con cara de inocente. Iba a saludar cuando Elise lo interrumpió.
—Ni te molestes.
—Hola, hey lo que pasa es que… —comenzó con sus explicaciones mientras Elise y Marc se miraban y sonreían con esa complicidad de quienes conocen todo lo que va a suceder.
—En serio, no hace falta —le dio un beso en la mejilla a su hermano—, pasen que se van a congelar —dijo dando un paso atrás y abriendo la puerta del todo.
Los recién llegados se deshicieron de sus abrigos, los colgaron en el armario junto a la puerta y la siguieron a la cocina.
—¿Pan de nuez? —preguntó Brian
—¡Las nueces! —dijo Elise llevándose las manos a la cabeza y mirando contrariada la mesada
—¿Qué nueces? —inquirió Marc
—Macadamia obvio. —respondió sin mirarlo.
Ah bueno, la pequeña tiene su carácter, pensó Marc, primero por poco lo deja helarse en la puerta, y lo peor, no le dio beso de bienvenida, tampoco que fuera necesario, pero se encontró con ganas de haber tenido el suyo. Frunció el ceño ante esos pensamientos. No vayas por ahí, no vayas por ahí.
Ver a Marc en la puerta y ahora en la cocina, no la estaba ayudando mucho, un recuerdo lejano volvió a su mente. Aquel chico lindo que la hizo soñar por meses cuando todavía era casi una niña, ya no era tan chico, aunque seguía siendo lindo.
Se acercó a la cafetera y sirvió dos tazas de café, las puso sobre la mesada y comenzó a desanudarse el delantal.
La cabeza de Marc, colapsó. Quería ser él quien le sacara el delantal pero no para ir por unas nueces.
¿Qué le estaba pasando? Esto no estaba bien, para nada, de ninguna manera. Aunque si lo pudiera evitar sería genial.
—¿Qué haces? —preguntó Brian.
—Me voy.
—¿Te vas? —tragó el café tan de repente que se quemó.
Marc se ahogó. ¿Se va?
Sí, al mercado, es más cerca que mi casa, que es donde las dejé —dijo toda alterada.
—Ayudo a mamá a bajar unas cajas del desván con los adornos del árbol y te llevo ¿quieres?
—Gracias bro, pero si no voy ya, no va a estar listo a tiempo, es cerca no te preocupes.
Y antes de que su cerebro registrara lo que iba a decir o a medir de lejos las consecuencias siquiera, Marc se encontró diciendo.
—Puedo acompañarte, si quieres.
Sus ojos miel se anclaron en su mirada transparente, haciendo que todo alrededor desapareciese.
Él, con unas ganas infernales de cuidarla y ella, incapaz de un pensamiento coherente cuando la miraba así.
Sin romper el hechizo del momento, lo único que podía hacer era asentir, sus palabras se evaporaron por completo.
Brian carraspeó para hacerse notar, ese par se traía algo… o lo haría.
—Bueno, voy subiendo entonces, nos vemos en un rato.
—Ajá —dijo Elise.
—Ok —dijo Marc.
En silencio fueron al armario, él le ayudó a colocarse el abrigo, cuando Elise se puso el gorro de lana, él se lo acomodó, como ella hacía con los niños de la clase. El centro de su pecho se hinchó de una ternura desconocida por él hasta ese momento.
Marc se calzó su chaqueta de cuero y le cedió el paso. Caminaron hasta la esquina, la vereda estaba resbalosa por el hielo y Elise, perdió el equilibrio. Las manos de Marc evitaron que cayera.
Como si fuera lo más natural del mundo, él siguió con su mano entrelazada con la de Elise, todo el camino al mercado.
Estaban en un semáforo cuando sus miradas se cruzaron otra vez. Ella llevó la vista de sus manos juntas y lo miró a los ojos enarcando las cejas.
—¿Qué? —preguntó Marc, haciéndose el desentendido.
—¿Vas a devolverme la mano en algún momento? —rebatió la pregunta divertida. Le encantaba la sensación de sus manos juntas.
—No por ahora —dijo muy serio.
—Ajá y ¿Por qué no?
—Porque podrías caerte, y tienes que hacer el pan de nueces y no queremos que eso se arruine ¿verdad? —respondió juguetón.
—Es verdad, mi papá ama el pan de nuez y es toda una tradición en nuestra casa —repuso toda seria y fracasando en el intento.
—Eso y además porque me encanta llevarte de la mano. ¿A ti no? —dijo sonriendo  mientras le guiñaba un ojo.
Elise quedó sin palabras una vez más. Lo miró sin poder creer que hubiera dicho algo así. No porque fuera algo malo, sino porque parecía tenerlo tan claro, y ella estaba tan confundida.
—Vamos, ya llegamos al mercado. —agregó Marc como si no hubiera más que decir al respecto.

La tarde fue pasando, los hermanos de Elise llegaron, mientras ella estaba con su madre en la cocina, escuchaba a sus hermanos y a Marc en la sala, entre todos habían colocado las luces y empezado a decorar la parte superior del árbol.
Mientras el pan estaba en el horno, se acercó para participar del adorno del árbol como cada año.
No podía dejar de notar cómo Marc la miraba en cada oportunidad que tenía.
Era una locura, llevaban horas conociéndose, pero lo sentía tan cercano, quizás era por lo bien que se llevaba con sus hermanos o con sus padres, no tenía idea. Pero le gustaba, y mucho.
Por su lado Marc no podía evitar verla como nunca había visto a una mujer antes. Sentía que valía la pena volver a arriesgarse en el amor, sentía que lo que fuera que pudiera tener con Elise iba a ser auténtico, porque ella lo era.
Entre medio de los adornos apareció la corona de muérdago. Brian la colgó en el lugar de siempre, la arcada que comunicaba la sala con la cocina y con un silbido llamó la atención de todos.
Cuando lo miraron lo encontraron señalando hacia arriba.
—Bueno, el muérdago está debidamente colocado, los que pasen por debajo ya saben lo que tienen que hacer.
—Voy a buscar a tu madre —dijo el padre de la casa y enfiló sus pasos a la cocina donde estaba su mujer. Su partida fue acompañada de aplausos y silbatinas.
El resto de la tarde y hasta pasada la cena Elise se las ingenió para no pasar debajo del muérdago cuando alguien la estaba viendo.
¿Qué haría si pasaba por allí y Marc también?
Por otro lado Marc, no sabía qué excusa inventar para llevar a Elise bajo el muérdago. Las tradiciones están para cumplirlas y él no sería el primero en romper la regla de oro.
Luego de cenar, el alboroto se desató.
Se escuchaban los fuegos artificiales, así que todos fueron saliendo a la galería para disfrutar del espectáculo de sonido y color.
Elise se retrasó todo lo que pudo y cuando todos estaban fuera, fue a la cocina por otro café y otra rebanada de pan de nueces.
Entretenida con la taza y el azucarero no lo escuchó llegar. Giró y lo vio.
Apoyado en la arcada, mirándola embelesado estaba él, con su hermosa sonrisa solo para ella, y su corazón comenzó a latir desbocado.
Él descruzó los brazos y colocó sus manos en los bolsillos delanteros del jean. Miró al piso y sacudió la cabeza en negación con la sonrisa colgándole de los labios. Con pasos perezosos recorrió el espacio que los separaba.
Elise lo miraba sin poder despegar sus ojos de él. Su sonrisa ampliándose con cada paso que él daba.
Cuando llegó a su lado, le retiró la taza y la dejó en la mesada. Tomó su mano y la llevó a sus labios. Depositó un beso casto.
—Ven —dijo con dulzura.
Sin soltar su mano, la condujo hasta la arcada, justo debajo del muérdago.
—Quiero hacer esto desde hace horas.
Con un dedo en el mentón, elevó apenas un poco más su rostro. Acarició el contorno de sus labios con su dedo y Elise dejó de respirar.
Bajó muy despacio la cabeza y la besó. Un beso tierno, dulce, cargado de sentimientos que recién estaban floreciendo.
Se separó lo suficiente para poder mirarla a los ojos de nuevo, y lo que vio lo dejó sin aliento.
Tuvo de repente todas las respuestas a todas las preguntas, incluso a aquellas que no sabía que se estaba cuestionando.
Vio su presente, y vio su futuro. Se sintió seguro. Se sentía invencible, con Elise a su lado, todo se veía posible.
¿La mejor parte? Vio en esa mirada esmeralda que a ella le pasaba lo mismo.
Elise subió los brazos y los enredó en su cuello, Marc ajustó el abrazo en su cintura atrayéndola hacia él. Sus cuerpos quedaron juntos, sus almas fusionadas.
Y el beso que los reunió, marcó el destino de ambos de manera inalterable.
Besó sus labios, lento muy lento primero uno, luego el otro. Su mano escaló por la espalda hasta anclarse en su cuello, afirmándola, sosteniéndola, profundizando ese beso que lo estaba consumiendo todo a su paso. Llenándolo todo de luz y calor.
Un beso con sabor a futuro y a Macadamia.


Fin

Encontrarás los demás relatos que forman parte de esta Antología Navideña del #CLTTR en
 

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